DAVID GISTAU-ABC
Independícense ya pero, por favor, no den la brasa, no regañen encima
SEGÚN Cortázar, uno de los momentos más dichosos del pueblo argentino fue cuando, pegado a un transistor, escuchó que Firpo echaba del ring con un golpe a Jack Dempsey. El más triste, sin embargo, ocurrió cuando, al cabo de unos segundos, Dempsey volvió. Los patriotas del parque de la Ciudadela no estaban pegados a un transistor, sino a una pantalla gigante. Pero su momento, subrayado en el calendario ideológico como el más trascendente de su vida, fue idéntico: qué emocionante clamor al ser declarada la independencia por Puigdemont, al ser expulsada España del ring, qué consternación cuando, al cabo de unos segundos, menos de veinte, España volvió, suspendida la independencia antes incluso de que se deshiciera el abrazo de quienes la festejaban. Ahora sabemos por qué la cólera de la CUP postergó el arranque de la sesión y obligó a reuniones improvisadas como en una mala comedia de puertas que se abren y se cierran. Ceniciento, ojeroso, fatigado, abrumado, con tan sólo el corte de pelo de paje intacto, Puigdemont iba a arrugarse y a convertir el Momento Histórico (Historic Moment, para el lector extranjero) en un gatillazo que nos obliga a permanecer pendientes del desenlace del serial justo cuando creíamos que el Kraken iba a ser liberado. Qué cigarrito de después más lleno de silencios y reproches sordos tuvo ayer en su tálamo la coyunda independentista.
Y mira que pareció que iba a hacerlo. De hecho, todo el plomizo arranque de discurso de Puigdemont fue una sarta de pretextos con los que legitimarse ante el Anuncio Histórico (Historic Announcement). Que si el Estatuto, que si el PP, que si el Rey, pues se ve que hasta el Rey tuvo la culpa, con una intervención de hace una semana, de una conspiración urdida y ejecutada desde hace más de un lustro. Sólo faltó meter el penalti de Guruceta entre las muchas razones fatalistas por las que Puigdemont nos iba a pegar el corte de mangas con un último pretexto: el mandato del Pueblo Infalible en su referéndum consumado bajo terribles palos del la Opresora Dictadura. En ese momento, uno pensaba: independícense ya pero, por favor, no den la brasa, no regañen encima, como dijo Ronaldo a Sacchi: sanción o sermón, pero no las dos cosas. Así, de esa penosa forma, de la mano de ese hombrecillo venido a más por la locura, de esa autoparodia de caudillo de la patria, nos íbamos acercando a la traca final, al quebranto de España. Se produjo entonces el anticlímax que todo lo deja igual, alardes retóricos aparte, y que revela el primer gran síntoma de flaqueza en el rapto nacionalista que hasta ahora no se había detenido ante ningún hecho admonitorio.
En cualquier caso, un presidente de la Generalidad que ayer, aunque fuera de manera solapada, declaró la independencia, se fue a dormir sin molestias y como presidente. En lo esencial, la naturaleza del golpe no ha cambiado. Ni ha de sentirse el gobierno conminado a nada. O se disuelven como en una madrugada de domingo por el bajón de la ebriedad o volvemos a la casilla del botón del 155.