Diego Carcedo-El Correo

  • Dos años después del resurgir del conflicto parece que habrá una pausa, aunque no definitiva

El final de la tragedia de Gaza ha sido recibido con alivio por la opinión pública internacional. Fueron dos años de angustia colectiva y, lo más duro, sesenta mil muertos. Su historia comienza con una reacción de revancha terrorista y ahora que por fin llega su final, surgen muchos y variados temores sobre los problemas sociales y geopolíticos que todavía requieren una solución difícil.

En el fondo de todo el final de un enfrentamiento armado con sus secuelas de dolor siempre queda una inevitable herencia imborrable de odio, que en este caso ya puede calificarse de origen ancestral entre dos pueblos condenados a convivir y por lo tanto, a entenderse. En las negociaciones de la paz improvisada que se celebran en Egipto serán muchos los obstáculos para ese acuerdo que ya anticipamos.

Finalizan los bombardeos, que no es poco, pero queda abierto el futuro de la Franja de Gaza, ese territorio que ya se había empeñado, y conseguido, en independizarse de la Autoridad Palestina de la Cisjordania, anticipo del Estado independiente que desde hace década se viene negociando sin éxito. El acuerdo de paz impuesto por Trump no entra en sus planteamientos globales.

La Franja de Gaza, con dos millones y medio de habitantes y sin recursos para subsistir, tiene un futuro muy complicado. Los cincuenta kilómetros que la alejan de Ramala, la sede de la Autoridad Palestina actual son un obstáculo geográfico que el terrorismo de Hamás convirtió en insalvable. Y el acuerdo complejo e improvisado la semana pasada en la Casa Blanca no lo contempla.

Israel, que a lo largo de su existencia como país independiente, no ha conocido ni un solo momento de entendimiento con los vecinos palestinos y otros países árabes, se mantiene soberano sobre las dudas de una amenaza de guerras abiertas y con frecuentes atentados terroristas que prolongan el odio generado desde los primeros días de su creación tras el genocidio nazi que intentó el exterminio judío.

El plan de paz para poner fin a la guerra y sus atrocidades contemplan una salida a corto futuro muy compleja. Es evidente que el entramado institucional que incluye, quizás garantice el final de las hostilidades, pero será muy difícil que las dos partes lo prolonguen mucho tiempo. El desarme de Hamás es crucial y posible a corto plazo, pero difícilmente prolongable. El fanatismo no se borra. Los restos de la guerrilla es probable que no tarden en recuperarse.

Sus principios son muy claros, no se trata tanto de crear un Estado propio sino de liquidar para siempre el ya afianzado Israel, habría que añadir que ya muy poderoso. Una buena relación podría propiciar desarrollo y otras ventajas recíprocas de una cooperación favorable especialmente para los palestinos y para los países árabes de la Zona. Pero ante esta posibilidad está la enemistad de Irán, nunca a olvidar.

Irán y sus ayatolas, a pesar de su régimen chiita bastante deteriorado, no se vislumbra como defensores de una paz regional: sus diferencias religiosas y ambición política se suman a la de los palestinos en su empeño no de entender sino de la liquidación del intruso Israel y para conseguirlo obtener armas atómicas que avalen el temor que inspira en la Zona, tanto a Israel como Arabia Saudita.