Gabriel Albiac-El Debate
  • Sólo una Gaza salida de la pobreza extrema podrá llegar un día a liberarse del yihadismo. Y acceder a la edad moderna. Eso Hamás lo sabe. Y no va a permitirlo

¿Cómo atisbar un átomo de realidad bajo el estrépito de cacharrería, a cuya avalancha las sociedades actuales llaman política? A ese atisbo se supone que debería dedicar todos sus esfuerzos un analista: a recuperar el tan viejo –y tan perenne– aforismo spinoziano que dicta que, en ética como en política, uno deba abstenerse del regocijo, la burla o el enfado y limitarse a la sobria intelección de lo que pasa. Nunca fue fácil. Menos, en una sociedad mediáticamente bombardeada por delirios pasionales –positivos o negativos, ¿eso qué importa?– que devoran la realidad y la devuelven en vómitos sentimentales que lo envenenan todo.

Gaza es una tragedia. No ahora. Desde siempre. Una tragedia que aceleró su entrega por Israel a la Autoridad Palestina en 1990. Y que se hizo insoportable a partir de la toma del poder por Hamás en 2006 y la consiguiente matanza, a manos islamistas, de los dirigentes de la OLP que no lograron refugiarse en Israel para ser transferidos a Cisjordania. La OLP era una organización quintaesenciadamente corrupta. Hamás, una secta quintaesenciadamente alucinada. Fruto prioritario de la OLP fueron las cuentas suizas de sus dirigentes: la de Yasir Arafat, en primer lugar, por la que viuda y herederos políticos litigaron con algo más que argumentos en su día. Fruto prioritario de Hamás ha sido el asesinato de todo cuanto pudiera poner freno a una yihad que se ha llevado por delante a bastantes más gazatíes, juzgados tibios, que a israelíes.

El éxito, tanto de la OLP como de Hamás, ha sido el de burlar a todos los organismos humanitarios internacionales. La UNRWA, que se ocupa de las ayudas a la población gazatí, es el único organismo de caridad internacional que no depende de la ACNUR, agencia para los refugiados de las Naciones Unidas. Y que, así, dispone del privilegio de controlarse financieramente a sí misma. Su presupuesto supera al de todas las demás zonas bajo prestación de auxilio: por encima de los mil millones de dólares anuales.

Con semejante cascada de dinero, ¿qué resultados han obtenido las sucesivas autoridades gazatíes? Sumir a la población de la Franja en la tasa de miseria más alta de la zona y una de los más altas del mundo. No seamos injustos: han conseguido también construir la faraónica red de galerías subterráneas, cuyo trabajo de ingeniería militar no conoce equivalente en el planeta. ¿Existe relación causal entre la volatilización de la ayuda humanitaria y el alzado de esa carísima red blindada? Habrá sin duda quien lo sospeche verosímil.

Gaza, seamos claro, no es un peligro militar crítico para Israel, como sí lo es su frontera norte, permanentemente confrontada a las unidades iraníes en el Líbano. La tragedia del 7 de octubre fue el resultado de una pésima planificación de Netanyahu, que no volverá fácilmente a repetirse. El peligro lo es, para los gazatíes, la permanencia en el poder de una secta teocrática que no juzga que la vida valga para otra cosa que para sacrificarla a su deidad vengadora y proveedora de huríes celestiales. Y ese peligro, por desgracia, no se resuelve militarmente.

Sólo una Gaza salida de la pobreza extrema podrá llegar un día a liberarse del yihadismo. Y acceder a la edad moderna. Eso Hamás lo sabe. Y no va a permitirlo.

No es agradable escribir esto. Pero sería indecente no escribirlo.