Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

  • El antisemitismo, ya oficial en España, y la barbarie militarista de Netanyahu acaban convergiendo en un mutuo interés

Lo peor del repentino amor de Pedro Sánchez y los suyos por los desgraciados habitantes de Gaza es su absoluta falsedad. No es posible considerar un defensor de los pueblos oprimidos a quien ha regalado la soberanía del Sáhara Occidental a Marruecos sin debate parlamentario ni explicación política cuando, hasta la Marcha Verde de 1975, los saharauis eran ciudadanos españoles de pleno derecho y España nunca había aceptado la reclamación marroquí del territorio.

El dictador sin dictadura ha dejado muy claro lo que le importan los perseguidos y oprimidos si son saharauis, venezolanos y cubanos, ucranianos o uigures: nada. ¿No oprime él mismo a los españoles que no le soportan? ¿Por qué iba a ser ahora diferente con Gaza? La piedra de toque aparece en la asociación entusiasta con los herederos de ETA, que acusan a Israel de genocidio proyectando sus propias fantasías frustradas para con los vascos no nacionalistas. A todos ellos Gaza les importa un bledo.

El eje antisemita

El manoseo sanchista de Gaza tiene tres objetivos y otras tantas consecuencias. Vamos con los objetivos: primero, tapar con el olor de la muerte de allí la peste de la corrupción de aquí; segundo, comer el terreno a la extrema izquierda siendo más antisemita que ella; tercero, demonizar a Israel como Estado genocida y hacerlo enemigo de España. Las consecuencias son que profundiza el deterioro de la democracia cruzando esas “líneas rojas” en las que creen los ingenuos, probada en el violento boicot a La Vuelta Ciclista.

La segunda es empeorar la polarización en torno al eje antisemita, recreando un ambiente de linchamiento moral y coacción contra judíos y amigos de Israel digno de hace un siglo. Y la tercera es empujar a España al bando de las dictaduras no tanto por atacar a Israel como por dejar hacer a China y Rusia lo que resulta intolerable en Gaza. Además, aparece una cuarta: la loca fuga antisemita de Sánchez es oro molido para Netanyahu. Veamos por qué. La de Gaza es una tragedia de proporciones bíblicas: la demolición programada de las ciudades y la expulsión sin destino de la población civil.

Aprovecha que el llamado orden internacional se ha evaporado por completo. Desde la Segunda Guerra Mundial nadie había programado una estrategia semejante, y entonces la destrucción de ciudades se justificaba por exigencias bélicas, mientras el desplazamiento forzoso de poblaciones declaradas hostiles era cosa de Stalin. También es incongruente exigir a la población de Gaza que rompa con los terroristas de Hamás mientras se les trata como a terroristas de Hamás.

Reproduce el bárbaro discurso de guerra terrorista total que niega toda diferencia entre civiles y guerreros, típico del Che Guevara y Al Qaeda. Pero si bien es barbarie, con probables crímenes de guerra, no es genocidio, pues este consiste en el exterminio físico planificado de una comunidad o categoría social.

No banalicemos el genocidio

El genocidio es una figura jurídica muy concreta, nacida de los juicios de Nuremberg en reacción al verdadero genocidio contra los judíos perpetrado por los nazis. Empeñarse en llamar genocidio a la guerra es, por una parte, banalizar el crimen genocida, y por otra un ejercicio de cinismo selectivo: ¿por qué son genocidio los muertos civiles de Gaza, resultado de una guerra declarada por Hamás con su pogromo del 7 octubre de 2023, pero no los civiles asesinados en Ucrania en tres años de guerra provocada por el agresor ruso? Habría más razones para declarar genocida a Rusia antes que a Israel.

Lo esperpéntico es que nada conviene más a los planes de Netanyahu que acusarle de genocidio. Como es la peor acusación que cabe hacer, en lenguaje de negocios significa que las pérdidas quedan descontadas. Condenarle sin juicio es pues, puede decirse, dejarle manos libres en Gaza… y en Israel. En Israel se teme que Netanyahu aproveche la invasión total de Gaza para imponer un Estado militarizado a costa de la democracia, porque la militarización permanente implica de facto un estado de excepción ventajoso para quien, como Sánchez, es un populista corrupto con graves problemas pendientes con la justicia. Así que ¡oh paradoja!, Sánchez y Netanyahu se estarían haciendo un favor recíproco.

Netanyahu y Sánchez, intereses cruzados

Cuando Netanyahu habla de convertir a Israel en una Nueva Esparta enfrentada al resto del mundo, excepto naturalmente a los Estados Unidos de Trump -autor de la brutal idea de convertir la franja de Gaza en una nueva Costa de Oro modelo Emiratos tras expulsar a sus propietarios-, muchos recuerdan en el culto Israel que Esparta era el modelo de sociedad cerrada, enemiga de la democracia y la libertad, militarista y basada en la explotación de los ilotas, una especie de esclavos hereditarios. ¿Sería ese el destino de los palestinos o los israelíes laicos, se preguntan algunos? El proyecto de Netanyahu en Gaza rompe con la tradición democrática de Israel.

Con la excepción de los estratégicos Altos de Golán y de Jerusalén por razones religiosas fáciles de entender, el Estado judío no se anexionó los territorios conquistados a los árabes en la Guerra de los Seis Días. Devolvió a Egipto el vasto Sinaí y no quiso ocupar Gaza, dejada en el vacío político que ha llenado el terrorismo de Hamás.

El 21% de los ciudadanos de Israel son árabes musulmanes o drusos y unos pocos cristianos, demostración práctica de que la democracia israelí no era solo para judíos, sino pluralista. Así era hasta que los ultraortodoxos, los fundamentalistas judíos -en sostenido crecimiento demográfico-, se hicieron indispensables para formar gobiernos, imponiendo su interpretación de Biblia y Talmud por encima de cualquier ley humana, israelí o internacional.

La tragedia de Gaza es, en primer lugar, el sufrimiento de la población civil atrapada, pero existe el peligro de que la legítima lucha de Israel contra el terrorista Hamás (y sus acreditadas intenciones genocidas) erosione la democracia con la militarización, el cierre del país y la exclusión de los no judíos. Es lo que desean los fundamentalistas que añoran la mítica conquista bíblica de Canaán a sangre y fuego por orden de Yahvé, reiterada en Gaza.

El plan exige la alianza simbiótica con los corruptos, típica del populismo. Por eso el antisemitismo, ya oficial en España, y la barbarie militarista de Netanyahu acaban convergiendo en un mutuo interés que los insultos no acaban de encubrir del todo. Como en 1939, cuando nazis y comunistas se repartieron Polonia en este mismo mes. Gaza les importa un bledo a todos.