Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

Las protestas contra el genocidio de Gaza presuntamente perpetrado por Israel comenzaron con el ataque israelí a Hamás tras el atroz pogromo del 7 de octubre pasado, que se cobró la vida de 1.200 israelíes sorprendidos en un día de fiesta y tras lanzar más de 5.000 misiles desde Gaza. Hamás sabía perfectamente qué hacía y qué buscaba al precio que fuera: provocar la respuesta militar de Israel y desacreditar al estado judío en pleno auge del antisemitismo, dentro de una ofensiva contra las democracias no vista desde los peores años de la Guerra Fría a cargo de una coalición con protagonismo de Irán, la república islamista que exige la aniquilación de Israel.

La naturaleza criminal del genocidio

Quienes apoyan a Gaza, en realidad a Hamás, dan por probado el genocidio de civiles palestinos indefensos. Pocos, si hay alguien, ponen siquiera en duda las pruebas aportadas por Hamás y simpatizantes, UNRWA inclusive, convertidos en juez y parte. Mientras, se ignoran por sistema los alegatos de Israel, en clara inferioridad para defender su posición, o cualquier dato que desmienta el genocidio. Es evidente que la destrucción y las bajas son muy elevadas en la franja de Gaza, pero la unanimidad en la acusación y el aire de dolo prefabricado por Hamás, enteramente consciente de las consecuencias materiales desencadenadas por su salvajada, obliga a preguntar si, en efecto, es un genocidio.

Por genocidio se entiende el asesinato deliberado y masivo de una población dada, o “delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, según las Naciones Unidas. El concepto, relativamente nuevo, se propuso para dar naturaleza al exterminio nazi de los judíos y gitanos. Los procesos de Nuremberg fueron los primeros que juzgaron este delito supremo de lesa humanidad. No era, sin embargo, el primer suceso reciente que merecía ser calificado de genocidio: antes hubo el de los armenios (pueblo parecido a los judíos en varios aspectos) en los estertores del Imperio Otomano (Turquía, el estado heredero, rehúsa reconocerlo). Con posterioridad, el genocidio más evidente fue el de los tutsis de Ruanda.

Hay una diferencia crítica entre el genocidio y la matanza masiva, con la que a veces se confunde: el genocidio es deliberado, planificado, y persigue exterminar una categoría étnica, religiosa o social. Cosa no menor, tiene responsables políticos, ideológicos y administrativos. Pero fue inevitable que el nuevo concepto, de connotación apocalíptica, se utilizara como acusación política de monstruosidad.

Así, hay quienes consideran también genocidios probados el Holodomor de Ucrania, la colonia belga del Congo o las masacres de los jemeres rojos en Camboya. La objeción es que estas matanzas no pretendían tanto eliminar a la totalidad de una población como someterla mediante el terror, u obligarla al exilio para salvar la vida, caso de las terribles limpiezas étnicas en la descomposición de Yugoslavia. Estas y otras matanzas inhumanas no son menos criminales ni sobrecogedoras, pero la diferencia con el genocidio importa en un debate racional y equilibrado.

El ataque militar no se habría producido si Hamás, que tuvo tiempo de sobra, hubiera liberado a los 253 rehenes israelíes secuestrados y reconocido su responsabilidad

Así pues, ¿intenta Israel asesinar planificadamente a la población palestina de Gaza? Pues evidentemente, no. Primero, la invasión de Gaza, innegablemente sangrienta y sin duda criticable por eso mismo, fue la respuesta anunciada al pogromo de Hamás y tardó un mes en activarse; no había ningún genocidio planificado con anterioridad. Y el ataque militar no se habría producido si Hamás, que tuvo tiempo de sobra, hubiera liberado a los 253 rehenes israelíes secuestrados y reconocido su responsabilidad.

Los ataques se conocían con tiempo suficiente como para, por lo menos, intentar evacuar aparte de los civiles, que más bien fue impedida por Hamás, buscando escudarse tras la densa población civil y forzando escenas dantescas con el mayor número posible de bajas. Por añadidura, la negociación intermitente de una tregua, acompañada por “alto el fuego” temporales, es incompatible con el genocidio. En los de verdad, la población atacada no es avisada sino sorprendida, se impiden las evacuaciones y no se negocian treguas.

Por añadidura, en Israel no han cesado las manifestaciones contra Netanyahu y su gobierno religioso por el modo de llevar la guerra de Gaza, sin duda condicionada por el intento de convertirla en éxito personal por el propio Netanyahu, muy criticado en Israel por su política autoritaria y sectaria.

Una amenaza armada permanente

Para aumentar la confusión, y por mucho que Hamás sea, como Hezbollah o los hutíes del Yemen, un grupo terrorista, hasta el propio Israel intenta negociar con ellos. Es una consecuencia del absurdo limbo político de la franja de Gaza, un no-estado que funciona como si lo fuera bajo la dictadura de Hamás, con ayuda internacional suficiente para mantener ese estatus fantasma y representar una amenaza armada permanente en el flanco de Israel, pero no para ser el embrión de ese Estado palestino que tantos apoyan con poca o nula convicción (especialmente los árabes vecinos de Egipto y Jordania, que les temen no menos que Israel).

Todo esto que escribo aquí no aporta nada nuevo; intento subrayar que, si en Gaza hay una guerra con miles de víctimas, sobre todo palestinas, y guerra empezada por los suyos, el genocidio como tal es un bulo de clara intencionalidad política contra las democracias.

Bulo alimentado, sostenido y propagado por la coalición autocrática de antisemitismo, iliberalismo e islamowokismo pijo que ha declarado la guerra a occidente, con la enorme ventaja de contar con numerosos caballos de Troya en el mundo académico y de la comunicación: basta con ver el trato privilegiado dado en la mayoría de medios a las acusaciones de genocidio y a las protestas convocadas, calificadas de “estudiantiles” cuando son antisemitas. Añadamos una clase política medrosa, que fía la salvación a evitar el choque abierto con los enemigos externos e internos de la democracia.

Si el desastre humanitario de Gaza es un genocidio, más razones hay para acusar a Putin por la sangrienta y unilateral invasión de Ucrania, o a Irán por la persecución y asesinato legal de mujeres rebeldes, homosexuales y minorías étnicas. Pero ni Rusia ni Irán han merecido la menor movilización ni reproche de los escandalizados por Gaza. Y la razón es clara: ese bulo forma parte de la guerra gris contra la democracia, que tiene en Israel el único bastión en Oriente Medio, por problemático y difícil que sea (¿y dónde no lo es a día de hoy?) Si Israel es genocida, entonces lo es cualquier democracia que no le condene.