José R. Garitagoitia-El Correo

  • Los ciudadanos exigen principios a quienes les representan

Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público

Supongo que no me han propuesto para este cargo para que yo también les mienta». Vaclav Havel, símbolo de la lucha por las libertades, líder de la disidencia elegido presidente de Checoslovaquia tres días antes, se dirigía por primera vez a los ciudadanos. Sus ideas y su estilo destilaban un modo de hacer política distinto. La Revolución de terciopelo (1989) había hecho posible el cambio esperado desde hacía demasiado tiempo. Con las elecciones del 28 de mayo en el horizonte, he vuelto a leer sus ‘Discursos políticos’. Transmiten sinceridad, y la cercanía de un líder con principios dispuesto a generar confianza en una sociedad escéptica e ignorada.

A tres décadas de distancia, las reflexiones del dramaturgo convertido en presidente coinciden sustancialmente con las conclusiones del reciente informe sobre la democracia en la Comunidad Autónoma Vasca, presentado por el laboratorio de innovación social Arantzatzulab. La investigación muestra una actitud pesimista de la política. Para dos de cada tres encuestados, a los políticos les importa poco o nada lo que piensan los ciudadanos, y el 64% no ven posibilidad alguna de influir en el sistema. Nueve de cada diez consideran la democracia como el mejor sistema político, garantía de los derechos y libertades, pero a más de un tercio la palabra ‘democracia’ le produce sentimientos de indiferencia, desconfianza e irritación.

No sorprende, por tanto, la contundencia con la que los vascos demandan un cambio en sus representantes: el 75% prefiere que «la eficacia sea menor, pero que contengan valores y principios». Un nuevo estilo político, distinto al percibido por la mayoría de nuestra sociedad, que Havel trató de imprimir desde el primer día de su mandato.

Hostigado con dureza por el régimen, y encarcelado varias veces por su defensa de los derechos humanos, en los primeros compases del discurso denunció la que consideraba principal carencia de la sociedad: el conformismo. «Estamos moralmente enfermos, pues nos hemos acostumbrado a decir una cosa cuando pensamos otra diferente. Hemos aprendido a no creer en nada, a no prestar atención a los demás y a ocuparnos solamente del interés propio». La libertad y la democracia, recién conquistadas, significaban participación, y todos debían sentir la responsabilidad del cambio, no solo los cargos electos. Las reflexiones resultan cercanas ante la nueva cita electoral.

La dimensión intelectual de Havel, expresada en el uso magistral de la palabra, fue su principal arma para llegar a la gente. En los tiempos difíciles de la clandestinidad había reivindicado la contribución del pensamiento para dinamizar los cambios en un régimen que no tenía en cuenta a las personas. La opinión razonada -y la crítica, cuando es necesaria- actúa como catalizador de la política. Contribuye a fomentar sinergias y respeto, facilita el matiz y abre caminos para el acuerdo. La reflexión, expresada con palabras, libera a la política de lugares comunes. La sociedad civil y los medios de comunicación, altavoces de las ideas, contribuyen al debate.

Los ciudadanos, recordaba Havel, deben advertir a los servidores públicos «cuánto se alejan de la realidad al seguir las falsas apariencias de la ideología». Entendía la política como algo necesario y positivo, no como el ‘arte de lo posible’, envuelto «en especulaciones, cálculos, intrigas, acuerdos secretos y maniobras pragmáticas». Este enfoque contrastaba con la indiferencia ante los asuntos públicos. La razón de semejante despego estaba en el interior de la persona, donde tienen su raíz «la vanidad, la ambición, el egoísmo, las pretensiones y las rivalidades personales». Si querían mejorar la convivencia, debían espabilar y ser protagonistas del cambio.

Junto a la insistencia en la responsabilidad común de la sociedad y sus representantes en los asuntos públicos, la llamada a desterrar las medias verdades y la mentira, como estrategias de la política, empapan los discursos de modo trasversal. Havel optó siempre por la verdad al compartir sus diagnósticos. Su expresión clara y exigente obtuvo la confianza de los ciudadanos en dos nuevos mandatos, hasta que una grave enfermedad le apartó de la primera línea. Hoy es recordado como uno de los líderes europeos con mayor impacto en el siglo XX.

La mayoría de ciudadanos comparten valores fundamentales: el sentido común y la dignidad humana exigen su respeto. Desde la distancia del tiempo transcurrido, el consejo de Havel a los cargos electos es que, antes de intentar reorganizar la realidad, deben mostrar «respeto y humildad ante la riqueza, la diversidad y la complejidad de la vida». La construcción de una sociedad mejor es, en buena medida, tarea de quienes se dedican a la política; pero no podemos abdicar de nuestra responsabilidad de vigilar, sugerir y en su caso también controlar a nuestros representantes. La eficacia es importante, pero los ciudadanos prefieren antes los valores y principios en quienes les representan; una altura ética que les haga merecedores de su confianza.