La despedida de Ibarretxe adquirió el preocupante tono de manda testamentaria: «Sobre estos hitos democráticos [Plan Ibarretxe y Ley de Consulta] habrá que edificar en algún momento las soluciones que requiere este país». El ‘derecho a decidir’ se erige, para él, en el criterio supremo por el que deberían regirse las alianzas que busquen la alternancia en Euskadi.
A punto de abandonar la presidencia del Gobierno, el lehendakari Ibarretxe volvió ayer por sus fueros. Echó mano para ello tanto de la imagen como de las palabras. Con la imagen, al comparecer flanqueado de los otros dos miembros de su Consejo Político, Joseba Azkarraga y Javier Madrazo, quiso transmitir que en nada ha cambiado su convicción de que por el lecho que forma la coalición entre PNV, EA y EB discurre el «cauce central» de la sociedad. Con las palabras, se reafirmó en que la nota definitoria de sus gobiernos ha consistido en la defensa de la identidad vasca y del derecho a decidir.
El lehendakari pretendió salir así al paso de cualquier malentendido que pudiera haberse creado en la opinión pública a causa del silencio que sobre estos temas él mismo ha mantenido, por estricta disciplina partidaria, desde que comenzó la campaña electoral. Genio, pues, y figura hasta la sepultura. Pero, además, y esto es lo preocupante, su despedida adquirió el tono de una especie de manda testamentaria: «Sobre estos hitos democráticos habrá que edificar en algún momento las soluciones que requiere este país».
El lehendakari dio a entender que es plenamente consciente de la división que este legado suyo sería capaz de introducir, de cumplirse, en la política vasca. Según él, la diferencia entre su Gobierno tripartito y el que ahora está a punto de formarse reside precisamente en que aquél asume el mencionado derecho a decidir y éste, en cambio, lo rechaza. El tal derecho se erige así, para el lehendakari, en el criterio supremo por el que deberían regirse en adelante las alianzas que hagan posible la alternancia en Euskadi. Quedaría excluida del horizonte cualquier esperanza de transversalidad en el sentido en que todo el mundo la entiende en este país. Nos veríamos, por el contrario, condenados a repetir hasta el infinito gobiernos frentistas de signo contrario que, en el menos malo de los casos, se alternarían con periódica intermitencia.
En tal sentido, aquello de lo que el lehendakari se declaró ayer más orgulloso constituye, a mi entender, el fallo más notable del que ha adolecido su política y que no es otro que la sobrecarga ideológica que ha lastrado tanto la elección de sus aliados como la acción de sus gobiernos. Erigir, como se ha hecho, tanto para la primera como para la segunda, el «derecho a decidir» en principio de actuación irrenunciable conduce necesariamente, en este país fragmentado en cuanto a sus plurales sentimientos de pertenencia nacional, a políticas doctrinarias y sectarias.
Es de esperar, por tanto, que nadie se dé por aludido por la manda testamentaria que ayer pareció querer legar el lehendakari, de modo que las aguas puedan volver cuanto antes al verdadero cauce central que en este país sólo han sido capaces de cavar, de momento, los conceptos tradicionales de autonomía y de autogobierno.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 30/4/2009