Jon Juaristi-ABC
- Ha comenzado en la Siria ‘liberada’ por el yihadismo el exterminio de las minorías religiosas, ante una Europa, como era de prever, ciega en Gaza
Los alauíes o alauitas son una secta islámica que, en Siria, representa la quinta parte de la población total del país. Durante un decenio (1926-1936) poseyeron un estado propio bajo protección francesa, pero acabaron integrándose en el Estado sirio. Junto a los cristianos (segunda minoría, con algo más del 15 por ciento de la población) suministraron al partido nacionalista, el Baaz, la mayoría de sus militantes y partidarios. El clan alauí de los Ásad gobernó Siria desde el golpe de Estado baazista de 1970 hasta el derrocamiento de Bashar el-Ásad, este pasado mes, por los yihadistas sunníes del Estado Islámico.
El origen de los alauíes está en el islam chií, que los considera herejes y cuña de su misma madera, cuando no enteramente enfrentados al islam en su conjunto. Chiíes y suníes acusan a los alauíes de ser adoradores del diablo, como los yazidíes kurdos, y aún peores que estos. Los dos rasgos más abominables del alauismo, según las dos ramas mayoritarias del islam, serían sus doctrinas secretas antimusulmanas, no conocidas por nadie pero cuya existencia se supone, y su sincretismo con cultos cristianos, aspecto este, en cambio, público y notorio, pero no exclusivo de la secta, pues se da tambíen en los bektachiíes balcánicos y, más en general, en las diversas manifestaciones del ‘islam de jenízaros’ que abundaron en el imperio otomano.
Siria ha sido durante muchos siglos un mosaico de diversas confesiones religiosas que convivieron en paz bajo el dominio de los sultanes turcos y de los protectorados ejercidos por los vencedores de la Gran Guerra. La independencia de Israel trajo consigo el acoso a los judíos sirios, gran parte de los cuales emigraron al nuevo Estado vecino. Un pequeño contingente siguió viviendo en Siria, prácticamente como rehenes utilizados por los sucesivos gobiernos para presionar a los israelíes. Pero los cristianos y musulmanes de todas las sectas coexistieron discretamente bien bajo el baazismo.
Pero apareció al-Qaeda. Tras los atentados del 11-S de 2001 en Nueva York, la impugnación de la dictadura baazista por el yihadismo suní se intensificó hasta desembocar en una prolongada guerra civil, durante la cual Bashar al-Ásad, con el apoyo de Rusia e Irán, descargó una represión sangrienta sobre los suníes, a los que acusaba de complicidad con los terroristas del Estado Islámico y, más tarde, con su rama siria, el Jabhat al-Nusra. Después del triunfo total del yihadismo y la consiguiente destrucción del Estado baazista y de su Ejército, ha comenzado a gran escala la matanza de alauíes, que proseguirá fatalmente con el exterminio de los cristianos y de los judíos que aún queden en ese desdichado país, mientras la civilizada Europa sigue alegrándose por la caída de el-Ásad, esperando hacer buenas migas con los nuevos amos del cotarro.