PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA-EL CORREO

  • El presidente cambia a los poderes económicos por unos ciudadanos propicios y amabilísimos

Ocurre algo reseñable en términos de tectónica de abstracciones en el discurso de Pedro Sánchez. La «clase media y trabajadora» fusiona ahora con «la gente». El fenómeno genera epifenómenos como este: «Gobernar con la gente y para la gente, para la clase media y trabajadora». Si el presidente sigue así, pronto estará gobernando además para la colectividad, el pueblo, la comunidad, las personas, los muchos, el Tercer Estado, la multitud de Spinoza, la masa de Canetti y puede que los cives romani y los cives latini. Se preguntará usted qué hace toda esa gente ahí. Yo se lo digo: contraste. Se trata de fijar la idea de que aquí se banca al español y no a los «poderes económicos y mediáticos», que son el enemigo secular de Pedro Sánchez desde hace tres meses, cuando las elecciones andaluzas fueron mal.

Eso explica que ayer el curso no se iniciase con uno de aquellos encuentros con los barandas del Ibex, sino recibiendo a cincuenta ciudadanos en Moncloa. «¡Pero miraos!», debió de celebrar el presidente cuando sonó el timbre y salió a recibir secándose las manos con el trapo de la cocina. «¡Si sois todos gente! ¡Gente de clase media y trabajadora!» Sánchez les enseñó la finca y después hubo un acto con las teles en directo. Cinco invitados hablaron sobre temas sobre los que habían escrito al Gobierno. Dos estudiantes, un profesor, una jubilada y una empleada del hogar. Todos amabilísimos, propicios, sin la menor intención crítica. No como Ana Iris Simón aquella vez. A cambio, recibieron un discurso y la empleada del hogar una noticia: el Consejo de Ministros acaba hoy con la «injusticia absolutamente inaceptable» de que ella y sus compañeras no tengan derecho al paro. Ya se ve que la sutileza del acto propagandístico fue así, inexistente. Y eso hace pensar en su sentido último. A ver si al final solo se trata de escuchar a la gente. Pues mal organizado. Mejor bajar los focos y usar la alternativa Aaron Sorkin: ir a una universidad a seducir con razones a los jóvenes apasionados. Y mucho mejor aún la alternativa Simón Casas: el bombo. Como en aquella Feria de Otoño, el presidente recibiendo en Moncloa a la clase media y trabajadora, pero por sorteo, sin conocer de antemano su encaste, sus características zoométricas o su peligrosidad.

REINO UNIDO

La admiración

Lo mejor de las más altas responsabilidades es abandonarlas. «Majestad, autoridades, señoras y señores: ya estoy deseando irme». Así comenzaría yo mi discurso de investidura como cualquier cosa. Y no solo porque el retiro implique el sueldo vitalicio. También porque impone el resumen favorable. Boris Johnson felicitó ayer a Liz Truss por su triunfo en las primarias ‘tories’ y se hizo la autoevaluación: muy bien. Por cuatro razones: la mayoría de 2019, el Brexit, la vacunación «más rápida» de Europa y el apoyo a Ucrania. A continuación, la inminente primera ministra le copió: «Querido Boris: culminaste el Brexit, aplastaste a Corbyn, desplegaste la campaña de vacunación y plantaste cara a Putin. Se te admira desde Kiev a Carlisle». Cierto que esa admiración debe circular por el Mar del Norte, sin tocar tierra ni asentamientos humanos. Pero es que te vas y te ven el lado bueno. A Calígula hay quien le alaba la obra pública.

PAÍS VASCO

Cara o cruz

Un informe gubernamental establece que un tercio de la juventud vasca se inicia en el juego de azar siendo menores. Pues suena más a poblado amish que al País Vasco, ese lugar donde ayer mismo todo quisque se iniciaba en el juego siendo menor, ya fuese con el chinchón familiar, la quiniela que echabas con tu padre o la porra ciclista que se organizaba en clase. El año que me tocó Abdoujaparov en La Vuelta, me forré. Después igual no he vuelto a apostar en mi vida. Es extraño que triunfe esa certeza: que el mundo sea tan peligroso y a la vez así de simple.