Xulio Ríos-El Correo
- La dependencia de Europa respecto a EE UU en energía y seguridad creció con Biden. Este alineamiento está detrás del deterioro de las relaciones con China
Bruselas tiene una posición muy cercana a Washington en temas clave. El eje euroatlántico conforma una de las principales vigas del orden internacional. En los años recientes, hemos asistido a múltiples llamamientos dirigidos a China para que utilizara su influencia en asuntos preocupantes para Occidente como la guerra en Ucrania o las tensiones en la península coreana. ¿Es posible que China ahora haga lo propio instando a la UE a moderar los ímpetus del aliado estadounidense? Probablemente, en su análisis vibre la convicción de que, al igual que acontece a Pekín con Moscú o Pyongyang, poco se puede esperar en este sentido.
Con Joe Biden, la influencia de EE UU en la UE ha crecido, recuperando el brillo perdido durante el primer mandato de Trump. También la dependencia de Bruselas, especialmente en el orden energético en virtud de las sanciones aplicadas a Rusia tras la invasión de Ucrania. No digamos en seguridad. El propio hecho de que las relaciones entre Bruselas y Pekín se hayan deteriorado tiene, en parte, su razón de ser en el progresivo alineamiento europeo con la política de contención de China que espolean en Washington desde 2018. Esto atañe no solo a los conflictos comerciales o el pulso tecnológico, también a otros temas que representan «intereses fundamentales» para China. Es el caso del principio de ‘una sola China’ y la cuestión de Taiwán, prácticamente fuera del radar de la UE hasta hace bien poco.
Esta realidad es un factor añadido que complica cualquier voluntad de construir una autonomía estratégica genuina en la UE. Parece que esta se esgrime como posibilidad solo cuando algunos nubarrones presagian tormenta. No es cuestión fácil, aunque sí tiene toda la lógica imaginable atendiendo no solo a los hipotéticos desacuerdos que puedan surgir en el futuro con los enfoques de Washington sino también a la necesidad de encarar en positivo los profundos dilemas que afronta la sociedad internacional.
Así pues, a la espera de conocer sus políticas concretas, Trump sigue generando desconfianza en Europa y ese es un factor capital, pero hoy su ideario tiene aquí más proyección y aliados ideológicos que hace cuatro años. Esos puntos de apoyo, con poder creciente, pueden dificultar cualquier propósito serio de avanzar por ese camino de reafirmación de la soberanía continental.
Por otra parte, la guerra en Ucrania parece llamada a entrar en una nueva fase. China, que apuesta desde el inicio por una salida política y negociada, puede tener un papel en ello, como han dicho en Pekín a la ministra alemana Annalena Baerbock. Ahora, el temor chino es que Trump busque canalizar los recursos destinados a Ucrania hacia Asia, para respaldar a los socios y aliados de la región y garantizar la victoria en una hipotética reedición de la Guerra Fría. Y que arrastre a la UE a esa dinámica, trasladando la volubilidad a sus inmediaciones.
En la política exterior china, la estabilidad es una vieja obsesión. A la vista de los importantes daños causados por la guerra en Ucrania, a la UE no le vendría mal la adopción de un enfoque similar que, sin abjurar de valores y principios, acentúe el esfuerzo en la prevención de los conflictos, como hizo siempre. Indonesia, con roces con China en los mares contiguos, recién anunció un importante entendimiento común con Pekín sobre el desarrollo conjunto en áreas de reclamaciones superpuestas en el mar de China meridional. Por su parte, la India de Modi estableció un giro de guion en la cumbre de Kazán de los BRICS para encauzar los conflictos fronterizos con China. La estrategia china pasa por congelar tensiones y centrarse en el desarrollo, una política que cosecha adeptos en un Sur Global que contempla cada vez más lejanas nuestras disquisiciones a propósito de la hegemonía, seriamente quebradas por la norma del doble rasero. El alejamiento de Occidente parece imparable por más que persista su dominio global. El mundo va camino de funcionar con dos agendas.
En el futuro inmediato, si algo debiera importar a la UE es contribuir a la estabilidad. Para ello, el camino a seguir pasa por la despolarización. No parece que esa vaya a ser la ruta de la Administración Trump. A la cuestión de si poner el acento en la conformación de una red de estabilidad o en la preparación a marchas forzadas para un conflicto que se da por inevitable, la nueva Comisión debería tomar buena nota de la ubicación de los intereses propiamente europeos. Y ahí habrá intersecciones a compartir con EE UU pero no solo. Es tiempo de una geometría variable global.