Pablo Pombo-El Confidencial
El punto de recuperación no está en regresar al lugar anterior a los problemas, está en el momento en que las dificultades dejan de dirigirle a uno. Nueva normalidad, pero de verdad
Hay miles de artículos, manuales y libros. Balizas ajenas en el mejor de los casos, boyas descoloridas en el mar de las desgracias ajenas. Alguna pauta, algún método y poco más. Referencias. Gestión de crisis lo llaman, aunque no haya dos iguales. Quizá la rama del desempeño estratégico menos técnica y más intuitiva, la más artística en cierto modo. Exigente, con frecuencia trágica.
Tan trágico como el final íntimo del último episodio. Hijo y padre frente a frente. La madre fuera pero de por medio. Un forcejeo personal con incontables derivadas. Un momento de los de verdad, de los que la inteligencia artificial no puede ni podrá reducir a unos y ceros. Los silencios. La despedida. La vida entera. La espesura del factor humano bajo la niebla crítica de un país abierto en carne viva. ¿Cómo demonios se gestiona eso? Nunca llegaremos a saberlo del todo.
Sin embargo, podemos aproximarnos. Tratar de hilar los hechos, intentar atrapar el rastro del movimiento. Para eso hace falta encontrar la punta del ovillo, tirar de la primera lucecita que se activa en el tablero de control. Remontémonos hasta abril de 2012.
En aquella época todo adolescente sabía ya que una fotografía puede destruir la imagen entera de cualquiera. Pero había un rey que no. Un clic, un solo clic en Botsuana con rifle en mano y elefante muerto detrás, bastó para triturar el afecto y el respeto de un país que difícilmente perderá su pulsión republicana. Adiós al ‘juancarlismo’, simpatía forjada en los ochenta.
Hola a la crisis de reputación. Delicada porque los estragos sociales provocados desde 2008 estaban en su apogeo. Aquello se gestionó de una forma impecable. La rapidez, la humildad y la petición de perdón limitaron los daños hasta donde resultaba posible. El problema estaba en que las crisis tienen la mala costumbre de querer sobrevivir y hasta reproducirse. Después de la fotografía se anunciaba lo peor, lo que venía era un alud de información devastadora. Caza mayor.
Debió ser el tramo más decisivo. La crisis mutaba y adquiría un cariz mucho más peligroso. Comparable a los escenarios que se generan tras los grandes desastres naturales, una cadena de seísmos que amenazaban los cimientos de la institución y, como consecuencia, la estabilidad del sistema constitucional completo.
Identificada la nueva y temible cara de la crisis, tocaba pensar. Buscar y analizar hasta la última brizna de información, dibujar escenarios, diseñar planes de contingencia y redactar un guion estratégico. Un guion con un nudo central, fijado en junio de 2014 y destinado al objetivo de contener del peligro. Fijar un perímetro. Dentro y fuera. Como hay que salvar la institución, “operación abdicación”. De nuevo un trabajo sin tacha, pulcro, incluso elegantemente ejecutado. Juan Carlos dejaba el trono sin demasiado descrédito y la Corona quedaba bien enrocada justo cuando el sistema bipartidista mostraba sus primeras grietas. Un nuevo rey para un tiempo nuevo. Perfecto.
Siguiente fase. ¿Cómo afrontar la irrefrenable acumulación de información? En dos tiempos. Primero, levantando sobre el perímetro de seguridad un muro de la separación. Tacita a tacita. No es solo una cuestión de imagen, aunque también. Sobre todo es la búsqueda, la calendarización y la interpretación de un gesto simbólico e inequívoco. Algo rotundo pero tan personal como sea posible, casi al límite del repudio. Marzo de 2020 en este mismo medio: “El Rey renuncia a la herencia de don Juan Carlos y le retira su asignación pública”. Contundencia y ejemplaridad.
Segundo paso, la extracción. Lo más complejo. Mientras se acumulan los escándalos que reactivan la leyenda negra de los Borbones –el dinero, las mujeres-, Felipe VI despliega una agenda pública especialmente intensa. Nadie se extraña. Recorre el país de norte a sur, da la vuelta a España en una campaña de comunicación que por un lado refleja cercanía, apoyo a una sociedad golpeada por el confinamiento, y que por otro lado refleja autonomía. Sentido y sensibilidad. La mejor forma de alejarse de su padre es estar junto a los españoles. Bien visto.
Y después de la gran conversación, completa discreción y diseño al milímetro. Una calurosa y tonta tarde de agosto salta un comunicado histórico cuya redacción es un ejercicio de orfebrería. Horas y horas delante del ordenador para que nada falte y nada sobre. Mil vueltas, mil matices. Mil relecturas. Máxima precisión. Y nada más de información. El grueso del Gobierno cumple su función. “Aquí no se juzga a instituciones, se juzga a personas”. La frase, naturalmente, también forma parte del guion.
Todas las reacciones entran en los planes, están previstas. No solo la de los partidos que se sienten más cómodos bajo el cielo de la transición, también las del resto. Iglesias evidenciando su desconocimiento, los nacionalistas pidiendo la abdicación…
Son cosas que no pueden evitarse pero ante las que uno puede anticiparse si mantiene la iniciativa. La extirpación ha terminado. Estamos ya en la etapa de sellado. Lo inteligente es que luego vaya la redefinición. Para pervivir, la Corona tendrá que actualizarse. Y esa es una tarea de fondo.
Veremos si esa posible estrategia llega a buen término, no será sencillo. Habrá que ver lo que ocurre en la vertiente judicial, por ejemplo. La emisión de más noticias vergonzantes no será inocua para la institución. Los adversarios del mejor tiempo que hemos compartido los españoles no están desarmados. Todo en el aire anuncia marejada…
En el mejor de los casos quedará una cicatriz que será grande y fea. Pero es que eso es lo que ocurre cuando se atraviesan las crisis. Da igual que sean personales, profesionales o públicas: el punto de recuperación no está en regresar al lugar anterior a los problemas, está en el momento en que las dificultades dejan de dirigirle a uno. Nueva normalidad, pero de verdad.