Javier Zarzalejos-El Correo

En la coexistencia con la Covid-19 debe prevalecer la responsabilidad personal

Después de semanas de confinamiento, la llamada ‘desescalada’ no debería ser un juego de escondite con el virus. Pueden pasar muchas cosas, la situación sigue siendo delicada e incierta, pero todo este tiempo debería permitirnos recolocar la cuestión de la pandemia en unos términos más realistas para afrontar lo que tenemos por delante, individual y colectivamente.

Para empezar, tendríamos que rehacer el lenguaje. Ya es momento de sustituir las metaforas bélicas por un lenguaje que evite la hipérbole épica. El virus no está «al acecho» ni lo vamos a «derrotar»; sencillamente porque la Covid-19 no es un malhechor que nos espera a la vuelta de la esquina para asaltarnos ni un ejercito silencioso que nos invade, sino un retal de materia genético que busca sobrevivir y extenderse infectando a humanos. Ni lo vamos a derrotar ni va a desaparecer. Vamos a convivir con él bastante tiempo todavía y acabaremos con la amenaza a base de mejorar nuestro conocimiento científico y desarrollar tratamientos más eficaces; a base de reparar el sistema sanitario, mantener las prácticas recomendadas en la interacción social y proteger a la población vulnerable, tal vez encontrar una vacuna y, en última instancia, a base de desarrollar la conocida inmunidad de grupo.

Hay que recordar lo que se nos dijo que el propósito del confinamiento no era tanto evitar que nos infectáramos cuanto que nos infectáramos todos al mismo tiempo y que eso provocara el colapso del sistema sanitario. Encerrados en casa evitamos el contagio, pero el virus no pasará de largo. Es casi seguro que experimentaremos rebrotes y que, si se confirma la estacionalidad de la infección, el otoño y el invierno próximos pueden suponer de nuevo un periodo de gran dificultad.

Quien prometa la erradicación del virus hace un mal servicio a la sociedad. Y quien reclame ya sean poderes excepcionales, ya sea la paralización económica porque todavía no hemos conseguido una victoria imposible sobre la enfermedad, abdica de su responsabilidad como gobernante. Hay que gestionar la enfermedad, no pretender la desaparición del virus porque no está en nuestra mano. Hay que manejar con prudencia y con medios una convivencia con el riesgo de la enfermedad que probablemente va a ser larga. Es un ejercicio complejo y arriesgado, pero resulta cada vez más necesario.

Si realmente creemos que salud o economía es un falso dilema, hay que ponerle letra a esa melodía porque el deterioro de la economía empieza a deparar magnitudes apocalípticas. En pocas horas se ha comprobado que el diseño de la desescalada es voluntarista en exceso. No son pocos los bares que probaron suerte con las restricciones impuestas, abrieron y han vuelto a cerrar porque no les trae cuenta. Otro caso es el de las aerolíneas que aseguran que no pueden afrontar a precios asequibles para los viajeros con las limitaciones que se proponen al número de pasajeros por vuelo. ¿Adiós al ‘low cost’? Según esto, sí. No creo que sea exacta ni viable esa idea según la cual la economía se puede encender y apagar con una especie de interruptor en manos del Gobierno. Los costes son enormes. No sólo hay que afinar el camino hacia la reactivación económica en la situación actual, sino que tenemos que hacer una previsión de cómo se responderá a nuevas crisis que también pueden ser graves. Como advierten expertos no menos solventes que los oficiales, con el 5% de la población inmunizada en caso de rebrote el virus encontrará virgen al 95% restante. ¿Se puede pensar en otro cerrojazo a la economía dentro de unos pocos meses? Es posible, sin duda, pero sus efectos también son fáciles de imaginar. Si algún sentido tiene hablar de ‘nueva normalidad’ es precisamente la que consiste en hacer normal la coexistencia con el virus en una situación en la que tiene que prevalecer la responsabilidad personal y la protección de la población más vulnerable en términos no discriminatorios.

Con ello se quiere decir que en el futuro más inmediato, nos guste o no, la cuestión no va a ser cuánta seguridad vamos a demandar, sino cuánto riesgo estamos dispuestos a asumir colectivamente, dentro del marco de regulaciones y normas que impongan las autoridades. Descartados los dos extremos -la seguridad absoluta porque no existe y la temeridad porque en sí misma es intolerable-, las diversas formas de enfrentarse a la pandemia se mueven en este arco según decisiones políticas -no técnicas- que, acertadas o erróneas, van tener consecuencias a largo plazo. Cabe prever que, a medida que la Covid-19 se considere bajo control, la preocupación se irá desplazando -ya lo está haciendo- hacia los efectos económicos que ha causado. Siempre hay alguien que después de una tragedia invita a sobreponerse con aquello de que el mundo sigue girando. Como en el Londres bombardeado por los nazis, es tiempo de recordar que hay que mantener la serenidad y seguir adelante.