Editorial El Mundo
TANTO por el perfil cualificado de la mayoría de sus miembros como por el prolongado goteo en las filtraciones con las que se dio a conocer los nombramientos, Pedro Sánchez ha convertido la formación de Gobierno en una operación propagandística. El líder socialista ha armado un Ejecutivo con una insólita presencia femenina y con un equilibrio de perfiles que no descuida ningún flanco. Ni el ideológico –lanzando una OPA al espacio electoral centrista–, ni el territorial –con avisos a los barones que le destronaron de Ferraz–, ni tampoco el de género, soldando Igualdad a las funciones de la vicepresidenta. Sabedor de su debilidad parlamentaria, Sánchez aspira a durar, que no significa necesariamente gobernar, sino aprovechar la capacidad de iniciativa política inherente a la acción gubernamental para alcanzar las próximas elecciones en la mejor posición posible.
El relevo de carteras se materializó ayer con exquisita pulcritud tanto de los ministros entrantes como de los cesantes, lo que revela la fortaleza institucional de la maquinaria democrática de nuestro país. El hecho de que la mayoría de los nuevos miembros del Gobierno prometiera su cargo ante el Rey apelando a la fórmula «ministras y ministros», unido a que la primera iniciativa parlamentaria del PSOE tras aterrizar en La Moncloa se oriente a impulsar la formación de los jueces en materia de violencia machista, revela el objetivo efectista y de márketing que persigue Sánchez. La ira del independentismo o los reproches de Iglesias, paradójicamente, le hacen un favor al presidente del Gobierno, porque le permiten trasladar la idea de que su mandato arranca sin hipotecas. Lo cierto, en todo caso, es que fue elegido con los votos de populistas, separatistas y abertzales. Por tanto, de cara a cualquier alianza parlamentaria, está abocado a ceder ante Podemos y el secesionismo, lo que implica un grave riesgo mientras la Generalitat mantenga sus amenazas. Torra, que se niega a retirar la pancarta de los presos del balcón del Palau, sigue aferrado a defender las leyes suspendidas. El Gobierno está obligado a encarar este desafío no solo con gestos como el de situar a Borrell en Exteriores, sino con hechos. Eso requiere que Sánchez se replantee su reunión con Torra mientras éste no renuncie a relanzar el procés y queel PSC no auxilie a los separatistas en el Parlament.
Desde el punto de vista operativo, a falta de saber los segundos escalones del Ejecutivo, despierta inquietud el hecho de diseminar en varias carteras las áreas económicas sin dotarlas de un mando claro, o los cambios anunciados para mutilar la reforma laboral o en política energética, sin concretar cómo se financiará la transición hacia las renovables.
Ganar la batalla de la comunicación no es lo mismo que ganar la batalla de la gestión. Ese es el principal reto, y el único verdaderamente relevante para la ciudadanía, al que se enfrenta Sánchez.