EL CORREO 19/05/13
JESÚS PRIETO MENDAZA, ANTROPÓLOGO Y PROFESOR
Escribía recientemente Patxi Zabaleta en estas mismas páginas sobre la trayectoria de Gesto por la Paz y contra lo que han reflejado numerosos y reconocidos intelectuales (supongo que según el señor Zabaleta, reconvertido ahora en expendedor de títulos, formarán parte de «la pléyade de arribistas y pseudointelectuales» que menciona en su ‘cariñoso’ artículo) él se ensaña, con un cúmulo de falsedades más propias de un indocumentado que de un veterano político (aunque tal y como están las cosas cada vez se hace más patente que ambos términos van de la mano en numerosas ocasiones), con una organización como Gesto por la Paz que, con escasos medios pero con un grandísimo capital humano, supo mantener la dignidad de todo un país frente a la indignidad de la que el señor Zabaleta y sus correligionarios tan cerca estuvieron durante décadas. No me ha extrañado este ataque tan furibundo al provenir de una persona que en los últimos tiempos ha llegado a denostar la ética en la praxis política y fue capaz de arrojar al ostracismo a miembros de su partido que hicieron apuestas valientes para superar la situación de violencia –Aintzane Ezenarro fue una muestra– para auparse él al carro de los que se intuían como vencedores y asegurarse un lugar en la escena pública.
Afirma nuestro opinador, «sin acritud», que «a Gesto por la Paz nunca le han preocupado los presos políticos y de conciencia, ni la tortura, ni las leyes de excepción». Hacen falta grandes dosis de desconocimiento o mala fe para verter este tipo de comentarios. Gesto por la Paz siempre ha fundamentado sus acciones en el concepto de universalidad de los derechos humanos. No se puede defender un derecho ocultando otros y por lo tanto todos deben ser defendidos y condenadas sus vulneraciones. Han sido muchas las acciones a favor de un trato más humanitario a los presos (la discusión sobre si son de conciencia o políticos, me van a permitir que la deje para otra ocasión); las jornadas en las que se ha condenado la práctica de la tortura; las publicaciones, como la revista ‘Bake Hitzak’, en las que se ha mostrado la solidaridad para con las víctimas de otras violencias igualmente detestables; las reflexiones públicas (recuerdo una de impecable factura realizada por Txema Urkijo) que denunciaban la lentitud cuando no pasividad de las instituciones para juzgar a los culpables de violaciones de derechos humanos por parte de las ‘cloacas del Estado’ y las concentraciones para lamentar la muerte de un terrorista, también, cómo no, un ser humano y por lo tanto una pérdida para familiares, amigos y para conjunto de la sociedad. Simplemente, señor Zabaleta, infórmese.
Claro que «todas las víctimas de todas las violencias son inexorablemente iguales en dignidad». Gesto por la Paz lo ha tenido siempre meridianamente claro, es precisamente esa coherencia (frente a la incoherencia de otros) la que hizo merecedora a esta organización del reconocimiento de muy diferentes sectores de la sociedad vasca. Aun así, señor Zabaleta, usted más parece afirmar que víctimas y victimarios son iguales en dignidad, y en este punto, permítame mi radical discrepancia, no estoy de acuerdo. Como se menciona en el libro del profesor Martín Alonso ‘El lugar de la memoria. La huella del mal como pedagogía democrática’, la pluralidad de relatos sobre la violencia terrorista debe tener un criterio limitador para ser aceptada: deberá ser honestamente regulada por la intención de verdad y justicia, lo que en la práctica significa integrar la perspectiva de las víctimas y deslegitimar la violencia.
No voy a referirme a más descalificaciones, que hay muchas, pues todas ellas son inexactitudes y faltan a la verdad. Tan sólo finalizo con una copla que escuché a una mujer en una aldea de Andalucía hace ya muchos años: «El amar es el subir/ y el odiar es ir p’abajo,/ procura subir p’arriba/ aunque te cueste trabajo».
Señor Zabaleta, podrá usted medrar y crecer en sus aspiraciones políticas, podrá ocupar cargos de importancia, pero a mí se me antoja que, amparado en un discurso negacionista, en humanidad va hacia abajo.
Sin acritud.