Antonio Rivera-El Correo
- Nunca tan pocos habrían hecho tanto por todos
Cuando terminó el tiroteo la sociedad vasca prefirió pensar que su reacción había doblado el brazo a ETA. La encuesta del Euskobarómetro de 2017 la señalaba como causa primera, con un 94% de partidarios. Sin embargo, la misma encuesta decía que solo el 7% se había concentrado a menudo contra el terrorismo y solo el 30 alguna vez; el 59% nunca. Ergo, nunca tan pocos habrían hecho tanto por todos.
Al terrorismo local le sostuvo el despotismo social. Un círculo ayudó a ETA, otro más amplio lo justificó y otro más grande miró para otro lado o lo rechazó solo por sus medios, sin valorar su finalidad totalitaria. Sin esos tres espacios de apoyo, los terroristas habrían durado poco. Gesto por la Paz fue quien quebró esa lógica perversa de fines asumibles, los etnonacionalistas, y procedimientos reprobables, el crimen político. En noviembre de 1985, recordaba hace poco Imanol Zubero, desplegaron una pancarta con un texto simple y profundo: «Han matado a un hombre. ¿Por qué no la paz?». Era el principio prepolítico que Castellio espetó al cruel Calvino en 1554: «Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre». No había más. Coincidió en el tiempo con el Acuerdo de Ajuria Enea, al punto de que los pistoleros tomaron a Gesto por criatura de este. Nada más falso.
Con todo, y a pesar de algunas manifestaciones masivas en su haber, hicieron la travesía del desierto durante una década larga, hasta que asesinatos tan infames como el de Miguel Ángel Blanco despertaron a la sociedad. A partir de ahí, el silencio se convirtió en griterío y la unidad prepolítica anterior no tuvo otra que tomar partido y fracturarse. Fueron los peligrosos años del cambio de siglo, cuando Gesto pareció perder pie en un nuevo escenario que les convertía en «terceristas», algo que nunca quisieron ser. Aquella cara estupefacta, enfadada y dolida de Txema Urkijo en la dividida manifestación por el asesinato de Buesa nos los recuerda.
Pero todavía tuvieron tiempo de ser útiles. Le pusieron nombre a las cosas -por ejemplo, a la violencia de persecución, cuando la llamada socialización del sufrimiento-, lo que no deja de ser una manera de llamar a las cosas por su nombre, de visibilizar denunciando lo que se hacía con media sociedad vasca a los ojos inertes de la otra mitad.
El 22 de octubre de 2011 celebraron en la calle el final de ETA con un expresivo «Lortu dugu!», lo tenemos, lo hemos conseguido. Fueron de los pocos que manifestaron otra vez la importancia de la fecha y lo hicieron con todo merecimiento porque a ellos en gran medida se debía. Después, en coherencia con la nueva realidad, en mayo de 2013, decidieron disolverse sin esperar al ridículo «hecho biológico» de la desaparición formal de la banda cinco años después.
Coincidiendo con su victoria y con su final, una de sus integrantes, Ana Rosa Gómez Moral, nos dejó una de las piezas literarias más precisas y emocionantes de nuestra historia contemporánea vasca, ‘Un gesto que hizo sonar el silencio’. No lo decía, pero fue así: aquellos pocos de Gesto nos redimen como sociedad vasca. Sin ellos, el recuerdo de lo que no hicimos en esos años sería todavía más insoportable. Lo suyo fue, además de eficaz, un gesto redentor.