Francesc de Carreras-El País
Mientras en Madrid se entretienen con adornos estéticos, en Barcelona los separatistas de la Asamblea Nacional han asaltado la dirección de la Cámara de Comercio en un audaz golpe de mano
Algunos creen que situar en las presidencias del Congreso y del Senado a dos catalanes constituye un gesto amistoso hacia el nacionalismo separatista —y hacia los catalanes en general— que contribuirá a relajar las tensiones de los últimos años. Una larga experiencia nos demuestra que estos gestos, vistos desde Madrid como muestras de acercamiento y buena voluntad, no sirven para los fines que se pretenden e, incluso, en ocasiones, sirven para todo lo contrario, son considerados como limosnas indignas y ofensivas: “¿Qué se han creído, que somos tontos, que nos comprarán con caramelos? ¡Nos tratan como si fuéramos niños!”. Como ahora Pablo Iglesias con las donaciones de Amancio Ortega.
Que se preparen mis queridos amigos Meritxell Batet y Manuel Cruz para las trampas y enredos que los nacionalistas catalanes —ayudados por sus cómplices vascos y por Podemos— les tenderán en los años que restan de legislatura. Empezarán ya mismo, no carecen de imaginación.
Antes he dicho que una larga experiencia nos lleva a estas conclusiones. Nos falta espacio para señalar todos los hitos de la misma, pero empezó ya con los mismos inicios de la autonomía catalana. En el programa político de la primera investidura de Jordi Pujol, en 1980, el Estatuto que se acababa de aprobar ya era considerado insuficiente: “No es el que se merece Cataluña”, decían. Era el programa mínimo para un trayecto que debería culminar con la independencia. Comenzaba la época en la que el astuto Pujol pedía paciencia a los suyos. Con el tiempo, y una adecuada política de “construcción nacional”, ya llegaría la independencia.
A estos preocupantes inicios siguieron múltiples intentos de contentar a los Gobiernos nacionalistas catalanes, “a los catalanes”, como se suele decir de manera impropia. Hubo innumerables cesiones en los acuerdos de transferencias, en la financiación de las comunidades autónomas, en traspasos en materias de policía autonómica y carcelaria por vías extraordinarias, en la supresión de los gobernadores civiles, en política lingüística. Innumerables actuaciones para apaciguar a los nacionalistas sin efecto alguno.
Incluso González y Aznar ofrecieron ocupar carteras ministeriales a destacados miembros de la hoy extinta CiU, con el rechazo constante de Pujol. Narcís Serra llegó a ser vicepresidente del Gobierno, algo muchísimo más importante que presidir las Cámaras. Ahora mismo, Josep Borrell es ministro de Asuntos Exteriores y, sin embargo, es el más atacado por los nacionalistas catalanes y su corte mediática…
No seamos ingenuos. La fuerza del independentismo no disminuye con gestos inútiles, y, mientras en Madrid se entretienen con adornos estéticos, en Barcelona los separatistas de la Asamblea Nacional han asaltado la dirección de la Cámara de Comercio en un audaz golpe de mano. Ellos sí que saben de política.