- El gran campeón, y enorme fanfarrón, se fue de este mundo penando por no haber tenido la hombría de pedir perdón a su adversario y antiguo amigo
Como es sábado, y por descansar un poco, vamos a contar un cuento. Uno verídico. A Muhammad Ali, nombre que eligió para sí el nacido como Cassius Marcellus Clay Jr., lo apodaron ‘El Más Grande’, como a la Jurado. Y tal vez ha sido, en efecto, el más importante púgil de la historia clásica del boxeo. Ali, tres veces campeón mundial de los pesos pesados, fue el soberbio estilista que «bailaba como una mariposa y picaba como una abeja». También una figura de la contracultura, por su estudiada arrogancia publicitaria, su defensa de los derechos de los negros y su sonada objeción religiosa a enrolarse en Vietnam, por la cual le aplicaron un castigo que lo apeó casi cuatro años del cuadrilátero cuando estaba en su cénit.
Se acaban de cumplir 50 años de la pelea más célebre de Ali, su lucha contra Foreman en el Zaire de Mobutu, un combate organizado por el astuto y extravagante Don King, que lo publicitó bajo el eslogan de The rumble in the jungle. Foreman, de 25 años, era el invicto campeón mundial, el súper favorito frente a un Ali de casi 33 abriles y que parecía de bajada (las apuestas marcaban un 4-1 para Foreman). La velada de Kinshasa, uno de los acontecimientos deportivos más seguidos de la historia, supuso el triunfo de la arriesgada inteligencia táctica del veterano frente a una superior fuerza bruta. Ali se dejó acosar contra las cuerdas, soportando un castigo tremebundo, que paradójicamente desfondó a quien parecía dominar. En el octavo asalto, el astuto aspirante, que había reservado fuerzas, sacó unas inesperadas manos y noqueó al joven Foreman, destrozando los pronósticos y cimentando su leyenda. Un conocido libro-reportaje de Norman Mailer convertiría todo aquello en literatura.
Un año después, Don King quiso repetir la jugada. Programó otra velada en un destino exótico, la Filipinas de Marcos. Ali, de 33 años largos, defendería su flamante título frente a Joe Frazier, dos años más joven y ex campeón del mundo. Esta vez el combate fue bautizado como Thrilla in Manila.
En 1971, Frazier había derrotado en el Madison Square Garden a un Ali todavía bajo de forma tras su larguísima sanción. En enero de1974, las tornas se invirtieron y Ali ganó a los puntos. Así que llegaban empatados a una sofocante noche en las afueras de Manila. El recinto, a 39 grados, era una sauna. Los 42 minutos que duró la pelea resultaron una salvajada. El preparador de Frazier tiró la toalla en el asalto 14, el penúltimo. Temía que su pupilo, que apenas podía ver tras sus párpados inflamados por los golpes, se dejase la vida si la carnicería continuaba. El propio Ali confesaría que un instante antes él también había rogado a su entrenador que parase la pelea, pero su técnico se negó. «Aquel combate fue lo más cerca que he estado de la muerte», rememoraría el campeón. Muchos creen que las descargas de puñetazos que recibió en Zaire y Filipinas provocaron el párkinson de Ali, que acabó llevándoselo en 2016, a los 74 años, tras un largo tiempo hierático, atrapado en su hermoso corpachón.
Esta extraordinaria historia de modernos gladiadores alberga un drama humano, por la cruel vejación de Ali a Frazier para intentar amilanarlo antes de los combates. Aunque ambos eran descendientes de esclavos africanos, Ali venía de una familia más pudiente que la de su rival, que había salido de una choza de recolectores de algodón con una docena de hermanos. ‘El Más Grande’ se veía además como un tipo políticamente despierto y activo. Cargó a degüello contra el pobre Frazier, un hombre sencillo, sin doblez. Lo llamó «Tío Tom», «gorila», «retrasado». Lo caricaturizó como el negro que seguía aceptando sumiso la bota del blanco, mientras que él representaba al libertador que ya había roto el yugo.
Frazier nunca se reconoció en aquella sátira despiadada. Lo desconcertaron por completo los insultos de su antaño amigo, pues incluso lo había ayudado económicamente cuando la sanción por objetar en Vietnam lo dejó fuera de juego y sin blanca.
Cuentan que al acabar el calvario de Manila, Ali vio a un hijo adolescente de Frazier muy cariacontecido, casi llorando. Se le acercó y le preguntó qué le pasaba: «Mi padre es un perdedor», masculló el chaval. Ali intentó levantarle el ánimo: «No vuelvas jamás a decir algo así. Tú padre es un gran campeón y lo será siempre, siempre».
Un tiempo después, Ali envió sus disculpas a Joe Frazier a través de otro de sus hijos. Nunca llegó respuesta. Frazier le reprochaba que no acudiese personalmente a pedirle perdón y nunca se lo concedió. Ya casi incapaz de comunicarse por el castigo del párkinson, Ali acudió en 2011 al funeral de su gran adversario en Filadelfia. Demasiado tarde.
Frazier constituyó el péndulo moral de Ali y su mayor derrota. Se fue de este mundo penando por no haber tenido la hombría de pedirle perdón cara a cara al viejo Joe. Esperemos que se hayan reconciliado allá en el cielo donde descansan los campeones.