- Una costumbre lejana y asiática se pone de moda en algunos lugares de Occidente, incluso como lujo. O como excentricidad. Hasta ahí llega la globalización. Todo lo forzoso, más la machacona prensa que lo presenta como nuestro irremediable destino alimenticio, lo hace el globalismo
Debo agradecer ante todo los comentarios a la primera entrega. Me demuestran que la diferenciación entre estos dos conceptos de tan frecuente manejo está clara para muchos, lo que facilita la reflexión y afila los análisis. Por otra parte, me han inclinado a primar un ejemplo sobre otros en esta segunda entrega. Reconociendo la falta de ortodoxia, y aun de sistemática, empiezo sin más introducción por ese ejemplo para entrar en materia. Se trata de la inclusión como ingrediente alimentario de harina de insectos. O sea, de insectos triturados. Una práctica que, según sabemos ahora los profanos, ya era corriente. Una asquerosidad que ahora, nos anuncian, se va a ampliar y extender. ¿Asquerosidad? —exclamarán ofendidos los globalistas, siempre persuadidos de que su ideología debe imponerse a todos. Y acto seguido, casi con lástima por nuestra cerrazón, nos aleccionarán con la necesidad de ingerir proteínas alternativas a la carne, pues los cuescos de las vacas, con su metano, provocan efecto invernadero.
Alguna vez he comentado aquí que todas las causas ‘güoques’ son involucionistas. Privar al mundo de la carne y ponerlo a comer insectos les parece una idea formidable; ni siquiera consideran atendible la negativa de muchos, entre los que me incluyo. Pero no discuto al respecto, ni negocio. Soy un hombre libre, no tengo por qué justificarme. No como insectos. Punto. Los globalistas ‘güoques’ han logrado convertir en realidades jurídicas, violentando la biología y la razón, los deseos más delirantes, siempre que vinieran revestidos de victimismo. Sin embargo, están incapacitados para aceptar nuestra negativa no victimista: somos los descendientes de una especie carnívora, una que corría detrás de animales peligrosos e imprevisibles, los mataba a golpes y alimentaba a su familia. El fuego y la carne explican el cerebro moderno, nuestras habilidades únicas, la supervivencia pese a nuestras limitaciones físicas y dependencia infantil, el dominio de la naturaleza.
Es el globalismo el que hace campañas compeliéndonos por fuerza futura (son apocalípticos) a ingerir insectos, el que normaliza la perspectiva de terminar con la carne. Detrás están, como siempre, agentes no electos con poder político, oenegés financiadas con nuestros impuestos y ‘filántropos’ que, casualmente, han invertido en el sector de la carne sintética y han comprado grandes espacios rurales para impedir en ellos la ganadería. El más conspicuo entre ellos es Bill Gates.
La globalización ha operado de otra forma: dando a conocer y expandiendo a través de emprendedores una práctica normalizada en ciertas partes del planeta y que veíamos como una curiosidad: la ingesta de proteínas vía gusanos y langostas (las de la plaga, no las de Ribera do Miño). Voluntariamente, algunos se arriesgaron a traer la materia prima, a crear una marca, a publicitarla. Voluntariamente, algunos lo incorporaron a su dieta. Una costumbre lejana y asiática se pone de moda en algunos lugares de Occidente, incluso como lujo. O como excentricidad. Hasta ahí llega la globalización. Todo lo forzoso, más la machacona prensa que lo presenta como nuestro irremediable destino alimenticio, lo hace el globalismo.