TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS
- El problema de la democracia española es el número creciente de enemigos del sistema que operan en el sistema
La democracia española tiene efectivamente un problema, que no es de homologación ni de autoestima. Una mayoría de españoles asume que esta es perfectible, claro, pero también solvente, hasta figurar entre las mejores democracias del mundo en los rankings de prestigio, con parámetros que aventajan a Francia o EE UU. El problema de la democracia española, ese sí real, es el número creciente de enemigos del sistema que operan en el sistema. Grosso modo, más de un tercio del Congreso: hasta 123 de 350.
Algunos actúan con banderas obvias, como el independentismo, que ya desafió el orden constitucional en un golpe sedicioso, y otros con banderas más o menos ficticias de hechuras populistas, desde el integrismo unagrandeylibrista de Vox al antifascismo hueco de Podemos, que sirve de catalizador para muchos de ellos. Esta semana se produjo un episodio simbólico al conmemorar el triunfo de la democracia sobre el golpe de Estado del 23-F de 1981, hace ya tanto como lo que dura un franquismo: Podemos tuvo que rehuir la performance, como hicieron también Compromís y el PNV recurriendo a una coartada ridícula, pero muchos de sus aliados sí protagonizaron el espectáculo parlamentario pilotado por Rufián, prima donna habitual en estas escenas, al que secundaban nacionalistas de Junts, Bildu, CUP y BNG formulando su objetivo real: “Acabar con el régimen del 78”. Es decir, se declaran abiertamente hostiles al periodo constitucional más prolongado, de mayor estabilidad democrática, con mayor progreso y bienestar en toda la Historia. Enemigos de eso.
Irónicamente horas después, en otra sesión de control plagada de momentos chuscos, Podemos esgrimió un mensaje dirigido al PP, con quien negociaban a esas horas sus socios de Gobierno del PSOE: “La realidad es que las grandes decisiones de país las va a tomar un Gobierno de coalición y el bloque de la investidura; y que los grandes debates del país no los vamos a tener con ustedes”. Nada de lo que sorprenderse: Iglesias es un campeón del bloquismo, porque, de hecho, su fuerza emana de fomentar un frentismo tan polarizado como sea factible. Así que ahí estaba él, horas después de la performance contra el acto de conmemoración democrática, exaltando que ERC o Bildu, con un pasado criminal aún muy reciente por depurar, estarán en las mayorías que rijan el país. No en los mandos, pero sí en los sumandos.
Claro que PSOE y PP, en estas décadas de democracia, han cometido errores mayúsculos, desde la corrupción a la deslealtad, e incluso Ciudadanos se sumó en 2018 a la tesis del Gobierno ilegítimo que cuestionaba el Estado de derecho. Pero las democracias están preparadas para corregir sus excrecencias. Y también a esos 123 escaños que suman Vox, por un lado, y Podemos, Esquerra, Junts, PNV a su manera, Bildu… Pero una carga hostil de esa envergadura, en un Parlamento marcado por el bloquismo en torno a dos partidos cohesionados por el no es no, debilita la capacidad de respuesta. En un estado de alarma, se debía esperar mucho más de la oposición, y sobe todo del partido que lidera el Gobierno, sin ceder a hipotecas contra los intereses del país.