LUIS MARÍA ANSON – EL MUNDO – 06/09/16
· En esta España asqueada y contrita, la algarabía circense de las sesiones de investidura ha difuminado el fondo político de la situación. Si conseguimos zafarnos de las cortinas del humo fatuo, nos acercaremos al verdadero problema de lo que está ocurriendo.
Cualquiera de las fórmulas que se barajan para superar las exigencias de la investidura, tanto con Mariano Rajoy, el irónico, como con Pedro Sánchez, el cerril, no solucionan la precariedad del futuro Gobierno, si es que finalmente se consigue despejar el tenebroso horizonte de las terceras elecciones.
¿Cómo se gobierna desde 137 escaños, con el acoso de Ciudadanos y la hostilidad general de la Cámara? ¿Quién es el guapo que se atreve a gobernar desde 85 escaños en la jaula de grillos de media docena de agrupaciones radicalizadas? ¿Quién tomará la mano tendida de Pablo Iglesias que es el abrazo del oso?
El problema no reside solo en la investidura. El problema vendrá después, cuando el elegido tenga que formar un Consejo de Ministros y se enfrente a las exigencias de gobernar. La composición actual del Congreso de los Diputados esterilizará cualquier iniciativa comprometida que necesite la nación. Lo preocupante, en efecto, no es solo la investidura sino sobre todo el Gobierno en precario que se enfrentaría al encrespamiento de los diputados. No se hizo a tiempo la reforma de la ley electoral y aquellos polvos de la suficiencia y la lenidad nos han traído estos lodos que han convertido a España en un albañal político.
Por razones de mi trabajo profesional, viví de cerca la agonía de la IV República francesa, zarandeada por la cuestión argelina y por un sistema electoral que había transformado la gobernación en continuas componendas. Charles De Gaulle, al que acudieron los socialistas encabezados por Guy Mollet, estableció, tras la nueva Constitución y para evitar que ardiera la nación, una fórmula electoral que garantizara en la medida de lo posible la gobernabilidad. Con todos los fallos que se quiera, la V República de Charles De Gaulle ha funcionado. El sistema de doble vuelta ha acreditado a un vencedor y ha impedido, por ejemplo, la presencia de la extrema derecha en la maquinaria del Estado.
No me voy a pronunciar sobre las reformas que resultan imprescindibles en España a la vista de lo que está ocurriendo. Parece claro que es necesario arbitrar fórmulas que aseguren la gobernabilidad. Las terceras elecciones, que tal vez se eviten, podrían convertirse en cuartas o quintas si no se establece un sistema que condicione a los electores a elegir a un vencedor. Tapándose las narices, una parte de la izquierda francesa votó en favor de Chirac para taponar la alarmante crecida de Le Pen, porque el sistema electoral francés obliga en última instancia a elegir entre dos.
Nada nuevo, en fin, bajo el sol político. La historia democrática de las naciones que forman la Europa unida aportan todas las experiencias para que se encuentren soluciones al problema. Y conviene no olvidar que la cuestión en España, hoy, no es solo la dificultad para que alguien alcance la investidura. Es el Gobierno en precario e ineficiente que de esa investidura se derivará.
Luis María Anson, de la Real Academia Española