LUIS VENTOSO – ABC – 07/07/16
· Veremos a los ingleses reculando en menos de un año.
Por vez primera en sus 900 años, se ha permitido instalar una obra de arte moderno en el espacio más solemne del Parlamento británico, el Westminster Hall, el edificio donde se honra a los reyes fallecidos. Data del siglo XI y fue en su día el recinto techado más amplio de Europa: 1.547 metros cuadrados. Es además lo único que se salvó en el incendio ingobernable que devoró las Casas del Parlamento a comienzos del XIX. Una joya. Historia viva de Europa.
Me enorgullece que el primer artista que ha logrado que abran ese lugar a su talento sea un español. Uno de nuestros muchos compatriotas que triunfan en la élite planetaria, en liza con los mejores, y en los que apenas reparamos, porque son más fascinantes Belén Esteban e Íñigo Errejón. Se llama Jorge OteroPailos, vive desde hace tres décadas en Nueva York y es el director de Preservación Histórica de la Universidad de Columbia.
Ayer tuve la suerte de que Jorge, madrileño de 45 años, me enseñase su llamativo trabajo. Contado rápido y mal, ha pegado en unos paneles la polución que acumularon los muros del Westminster Hall en su milenaria historia y los ha convertido en un inmenso mural. Poniéndome cursi –o tal vez no tanto–, lo compararía con una suerte de sábana santa del parlamentarismo. Ha recibido el aplauso de la prensa británica y será conservado como patrimonio nacional. Jorge, que como el mundo es pequeño, resultó tener abuelos gallegos vecinos de los míos, casi se emocionaba contemplando la fachada del Hall: «Este edificio es la historia de la democracia. Aquí fue donde juzgaron a Carlos I. Donde empezó todo».
En efecto. El 30 de enero de 1649, aquel monarca que quiso ser déspota absoluto, que se creía designado por Dios, perdió literalmente la cabeza. «No hay hombre sobre la ley», le recordó el Parlamento. Los ingleses asentaban así su democracia, cuya débil simiente habían sembrado con la Carta Magna de 1215, cuando unos nobles pillaron por una oreja a Juan Sin Tierra y lo obligaron a firmar que él tampoco era ajeno a las leyes.
Sirva lo anterior para decir que estamos ante una gente especial, una isla que levantó un imperio sobre los pilares de la ley y el comercio. Un pueblo que en uno de sus himnos proclama algo tan soberbio como que ellos gobiernan las olas.
Pero nadie, ni la fabulosa Inglaterra, vivirá mejor rompiendo con sus vecinos y enfurruñándose en una pataleta nacionalista de ribetes xenófobos. No: el Brexit no era gratis. Los mercados sudan. La libra se despeña. La mitad de los fondos inmobiliarios comerciales han suspendido su cotización, dejando atrapados 13.000 millones de libras de los ahorradores. El dinero del mundo mira a Londres, arruga la nariz y se retrae.
Tras cortarle la cabeza a Carlos I, Oliver Cromwell tuvo un gesto muy inglés: permitió que se la cosiesen de nuevo al cuello, para concederle unas exequias decorosas. Ahora inventarán un zurcido parecido, alguna salida alambicada para seguir unidos a su denostada Europa y no padecer la chaladura del Brexit. A nadie le gusta ser más pobre por capricho. Los mercados expelen un aliento frío. En menos de un año los veremos reculando. Airosos, fanfarrones. Pero reculando.
LUIS VENTOSO – ABC – 07/07/16