Juan Carlos Girauta-ABC

  • Por parecer más amigos de Pedrito que nadie, opinadores que habían cantado las bondades de un caramelo de rabo de toro abominan ahora de tal aberración

El Consejo de Ministros es una bolsa de caramelos sorpresa. Todos lucen el mismo envoltorio blanco, pero no se repiten sabores. Problemas: nunca se acaban de deshacer en la boca, y solo puedes escupir alguno si el presidente lo hace primero. Él los envolvió, él preparó las bolsitas de una fiesta infantil y delirante. Llegas bien peinado, la camisa por dentro, y te los entregan. Es razonable esperar que los caramelos sean dulces. Quizá tengas manía a los de menta o a los de cereza, pero al fin y al cabo no hay dos con el mismo sabor. Te llevas el primero a la boca y no das crédito. ¿Un caramelo de oreja? En plan guarro, deberás probarlos todos tarde

o temprano y los irás guardando, chupados, en sus respectivos papelitos. Para luego. Incluso los ministros que quedan en el fondo, en un momento u otro los catarás. Vamos a ver, ¿pero esto qué es? El caramelo de boquerón debería estar prohibido. Hay sabores que exigen una textura y solo una. Hay voces que solo caben en un monólogo triste de Movistar, los de humor. Hay prosodias que piden un puesto de venta ambulante de bragas, y ahí encajan a la perfección, cumplen con su papel, pero no me las pongas a dar una rueda de prensa. Hay discursos que solo son posibles en la cinta ‘Su Excelencia’, de Cantinflas. No me los coloques en esos desayunos-conferencia donde lo más granado de la gran empresa evita coger un cruasán de los pequeñitos para no hacer ruido.

Algo no encaja con los caramelos de Sánchez. El siguiente sabe a vinagre, el otro a caucho. ¿Qué broma es esta? Inevitablemente se dibujan rictus de asco en las arruguitas de los ojos, pese a la imposible sonrisa de aprobación con que los altos ejecutivos intentan no desairar al anfitrión. Alguno no puede evitar la arcada y recibe la fulminante mirada torva del niño psicópata que goza con la tortura de nuestras papilas. Pero él mismo rechazará ciertos gustos. Al principio se dijo, travieso, «verás cómo se les queda el cuerpo con este ministro, con esta ministra», sin pensar que también él se los tenía que tragar. Entonces Pedro escupe un caramelo, y luego otro, y luego otro, y así hasta siete. Y ahí ríete tú de los concursos de lanzamiento de huesos de aceituna. Con el entusiasmo de quienes pueden al fin mostrar su repugnancia, abierta la veda, se ponen todos a escupir los caramelos condenados y chupeteados. A ver quién lo lanza más lejos, quién emite la interjección más expresiva en el amplio abanico de lo gutural: ¡Puaj! ¡Ex! Ex para los ex. Hace un minuto debían todos disimular la náusea y ahora es un festival de repulsión. Por parecer más amigos de Pedrito que nadie, opinadores que habían cantado las bondades de un caramelo de rabo de toro abominan ahora de tal aberración. «¡Fuera de aquí!» -exclaman. Los niños se han despeinado y van descamisados. Llegará a parecerles una bendición el caramelo de nada del ministro de Universidades.