Olatz Barriuso-El Correo
El kafkiano enredo de los debates es producto de un cúmulo de errores de los estrategas socialistas
No hace falta ser muy futbolero para saber que algunas de las más dolorosas derrotas empezaron con un gol en propia puerta. El autogol es una de las peores pesadillas de un jugador. Tiene algo de humillante, de penoso, al consumarse el traspiés más por torpeza propia que por mérito ajeno. Algo así le ha sucedido a Pedro Sánchez, que daba el partido del 28-A por ganado y no solo va a tener que sudar la camiseta sino, sobre todo, devanarse los sesos para encontrar una salida digna al entuerto de los debates, que él mismo y sus asesores han contibuido a agravar al enrocarse en celebrar solo uno en RTVE tras la decisión de la Junta Electoral Central de excluir a Vox del formato a cinco inicialmente pactado con Atresmedia.
El candidato a la reelección ha topado con el primer y único contratiempo serio de la campaña, ha trastabillado en la piedra de su propia suficiencia. Son varios los errores de bulto que ha cometido hasta llegar a la situación kafkiana que explotó ayer, con media España de ‘operación salida’ y la otra media bajo un árbol o un capirote y, a buen seguro, poco predispuesta a mostrarse benevolente con una clase política que se enreda de tal forma en el contraste público de propuestas entre quienes aspiran a gobernar.
La última equivocación, y seguramente la más grave, ha sido hacer estallar, de refilón, una crisis en la televisión pública en plena campaña, provocada además por presiones del partido gobernante denunciadas por los propios trabajadores de la casa. Por si quedaba alguna duda después de que RTVE modificara unilateralmente su posición y fijara el debate para el martes 23, exactamente como quería Sánchez, el Consejo de Informativos y el periodista encargado de moderar esa cita fantasma cuestionaron la «independencia» del ente y apuntaron sus dardos a la presidenta, Rosa María Mateo. Primer baldón: Sánchez, que hasta ahora podía navegar a favor del viento con propuestas en positivo y en clave moderada, ve como la segunda parte de la campaña se le pone cuesta arriba y le fuerza a defenderse de quienes le acusen de pregonar regeneración mientras intenta meter cuchara en lo público.
Negarse a participar en dos debates a cuatro -uno el lunes, como había ofrecido en principio RTVE, y otro el martes en Antena 3 y La Sexta- ha sacado a la luz las costuras de la estrategia socialista (no desgastarse, no confrontar), algo que casa mal con las pullas que Sánchez dedicó a Mariano Rajoy cuando el gallego decidió enviar a Soraya Sáenz de Santamaría al debate a cuatro en la campaña de 2015, en un gesto de desprecio a Iglesias y Rivera que le acabó por pasar factura. Los jefes de campaña del PP y Cs se frotan las manos porque creen que se huele el «miedo» de Sánchez. De paso, el líder del PSOE ha pisado callos, todos a la vez, a los trabajadores de la pública, a los directivos del grupo Planeta (el mismo que publicó su libro) y hasta a la Junta Electoral Central, a la que ayer desairó en Onda Cero (también parte de Atresmedia) al adjudicarle la responsabilidad original por dejar fuera a Vox.
No obstante, en el origen del lío está el primer error de Sánchez, su decisión consciente de dar aire a Santiago Abascal para así fragmentar a la derecha, como en los ochenta hizo Mitterrand con Le Pen padre. La trayectoria posterior de los ultraderechistas y de los socialistas en Francia es conocida. Sánchez, con su leyenda de resistente a cuestas, está todavía a tiempo de rectificar.