Las pobres habilidades dialécticas de Yolanda Díaz son parte consustancial de la trayectoria de una política célebre por sus habituales tropezones verbales y su querencia por los galimatías.
Este martes, en la Sesión de Control al Gobierno en el Senado, Díaz ha incurrido nuevamente en un equívoco grave que vuelve a sembrar sospechas sobre su competencia para el cargo de vicepresidenta segunda y ministra. Ha atribuido al PP la frase «el dinero público no es de nadie», que como es sabido fue pronunciada en realidad por la exministra socialista Carmen Calvo en 2006.
Pero más estupor ha causado, entre la oposición y entre los socios del Ejecutivo, el sonoro lapsus que le perseguirá toda la legislatura. En lugar de decir «Gobierno de coalición», Díaz ha proclamado que «queda Gobierno de corrupción para rato».
Este error no sólo revalida la impresión de que la líder de Sumar está ya definitivamente sobrepasada y fuera de cacho.
Supone también una confesión freudiana similar a la traicionó a Pedro Sánchez, cuando el pasado junio dijo en el Congreso que «en mi organización la tolerancia contra la corrupción es absoluta».
El lapsus delata una actitud connivente con el Gobierno del que participa, que sabe manchado irreparablemente por la corrupción.
Porque ni siquiera la propia vicepresidenta se cree el relato de que los escándalos que cercan al presidente del Gobierno hubieran podido producirse sin su concurrencia.
Tal es así en el caso Koldo, que no puede circunscribirse a los negocios sucios de una banda de rufianes aprovechándose de su cargo al margen del partido. Sino que se trató de una presunta trama corrupta urdida por los dos secretarios de Organización nombrados por Sánchez, quienes, tal y como concluyó el informe de la UCO que precipitó la caída de Santos Cerdán, mantuvieron durante una década una organización criminal en la cúpula del PSOE.
Y en esa misma línea de conocimiento y encubrimiento por parte de Sánchez apuntan los documentos que está revelando en los últimos días EL ESPAÑOL, acreditadores de pagos en efectivo sin declarar que prueban que el PSOE manejaba una caja B.
Igualmente, Begoña Gómez, como señaló el juez Peinado en su auto del pasado 2 de octubre, «difícilmente habría podido cometer los supuestos delitos por los que se la investiga sin el vínculo [de parentesco] con el presidente del Gobierno».
Yolanda Díaz no puede ocultar que su reputación se ha hundido a fuerza de haber seguido sosteniendo al PSOE aun después de todas las negligencias y desmanes que ha cometido (incluso cuando atentaban contra la misma identidad partidista de Sumar), y por su complicidad tácita con la corrupción rampante que arraigó en el mismo corazón del Ejecutivo.
Porque su forma de cerrar en falso la crisis desatada por el encarcelamiento de Cerdán, limitándose a reclamar a Sánchez «un giro copernicano de regeneración democrática» y «reiniciar la legislatura», permitieron que todo siguiera igual sin que el presidente tuviese que asumir su responsabilidad.
El gol en propia puerta de la ministra de Trabajo al decir que «hay Gobierno de corrupción para rato» viene a confirmar que, pese a todos los escándalos, lo importante es perpetuarse en la poltrona ministerial que confiere la continuidad de este Gobierno impotente.
En este caso, cuando Díaz sentenció a propósito de los sumarios que afectan al PSOE que «no se puede mirar para otro lado», quería decir exactamente lo contrario.