Editorial-El Correo

  • La incursión de Rusia en Polonia agrava la amenaza a la OTAN, mientras Europa reacciona con un amago de veto a Israel por el asedio a Gaza

La escalada bélica que impregna las relaciones internacionales ha pasado de la retórica a una inquietante escaramuza con fuego real sobre los cielos de la Unión Europea. La inadmisible incursión militar de Rusia en pleno espacio aéreo de Polonia, de aún inciertas consecuencias, constituye un choque sin precedentes por su extrema gravedad entre Moscú y un socio de la OTAN, tres años después de la invasión a Ucrania. Un paso más en el hostil intento ruso de intimidar a Europa, por mucho que el Kremlin y el Gobierno de Bielorrusia, títere de Vladímir Putin, le resten alarmismo al asegurar que los drones desplegados en el frente oeste se habían «extraviado».

Las explicaciones oficiales a semejante amenaza hay que analizarlas con todas las reservas porque no conviene olvidar que Putin puso recientemente en la diana a los países europeos dispuestos a enviar tropas a territorio ucraniano con fines de seguridad cuando acabe la guerra, convertidas a los ojos del autócrata ruso en un potencial objetivo para su «eliminación». El temerario ataque de Rusia dentro de los límites de la UE y de la OTAN se ha quedado a un único peldaño de poder justificar una acción de represalia por parte de los socios de la Alianza Atlántica.

Aunque la virulencia de los hechos parezca asomar al mundo «al momento más cercano a un conflicto desde la II Guerra Mundial», como advierte el primer ministro polaco, Donald Tusk, se impone una respuesta medida y firme. Alejada de la visceralidad, pero con la contundencia que pueden ofrecer Europa y Estados Unidos si van de la mano en el objetivo de frenar cualquier tentación de expansionismo ruso. Sigue siendo una prioridad presionar a Putin para retomar las conversaciones de paz sobre Ucrania, a pesar de que su creciente hostilidad las pueda dinamitar.

Como Israel con su bombardeo en Qatar, aliado de Trump y mediador árabe en el asedio israelí al pueblo palestino. Es cierto que los golpes a los intentos de paz en Ucrania y Gaza han disparado la tensión al límite. Pero la crisis humanitaria y, sobre todo, un agravamiento de la situación merecen dedicarle todos los esfuerzos necesarios, desde la cooperación a la disuasión. Quizás haya tardado la UE en presionar al Gobierno de Netanyahu sin ser tildada de farisea. Seguramente, solo el amago de veto que ha anunciado Von der Leyen, con la propuesta de suspensión parcial de los acuerdos comerciales con Israel, es más eficaz que cualquier condena a sus crueles excesos.