EL CORREO 02/11/14
· El descubrimiento de una vasta estructura de corrupción acabó en la Italia de los noventa con las fuerzas dominantes desde la postguerra. ¿Vive España su ‘Tangentopoli’?
Desde la página 1 Amenudo los grandes descubrimientos capaces de producir cambios trascendentes parten de un hecho anecdótico. Es aplicable a la ciencia y también a la Historia. A principios de los noventa, una obstinada mujer italiana con dificultades para sacar adelante a sus hijos e indignada ante la racanería de su exesposo se convirtió en un elemento crucial dentro de un caso aparentemente menor que, sin embargo, acabaría por destruir a los partidos tradicionales del país alpino, en el poder desde la postguerra. Ella fue la puerta de acceso para destapar lo que luego se conocería como ‘Tangentopoli’ (‘Comisionópolis’ diríamos en español), un escándalo de corrupción sistémica que, en los últimos años y especialmente en los últimos días, está en boca de no pocos políticos españoles, temeroros de estar viviendo un proceso paralelo a aquél, que marcaría el fin de la Primera República.
· Destacados políticos creen que hacen falta reformas profundas, pero no «una enmienda a la totalidad»
El marido agarrado y avaricioso se llamaba Mario Chiesa, era miembro del Partido Socialista Italiano (PSI) y presidía un asilo de ancianos que dependía del Ayuntamiento de Milán. La ‘señora Laura’, su exmujer, enojada con la mínima pensión alimenticia que recibía decidió probar que, en realidad, este arribista de medio pelo tenía mucho más dinero del que declaraba. A hurtadillas entró en su despacho, hizo saltar la cerradura del cajón de su escritorio y se llevó varios papeles, entre ellos, unos que demostraban que era el titular de dos cuentas en Suiza con 12 millones de sólares, una cantidad demasiado elevada para alguien de su categoría. Todo suena a demasiado conocido.
La cosa habría quedado probablemente en el descubrimiento de una corruptela si Chiesa no se hubiera sentido ofendido, no ya por la falta de solidaridad, sino por el desprecio que hacia él mostró el que era su ejemplo a seguir, el líder omnipotente del PSI, Betino Craxi. En una declaración pública, el dirigente lo ridiculizó llamándolo «mariuolo», algo así como mequetrefe en napolitano. El insulto desató la ira del funcionario. Decidió tirar de la manta y su testimonio sirvió para que el ‘pool’ judicial Mani Pulite (Manos limpias), encabezado por el fiscal Antonio Di Pietro, sacara a la luz ese entramado de corrupción paralelo al Estado y absolutamente institucionalizado.
El ‘caso Gürtel’, los ‘papeles de Bárcenas’, los ERE falsos de Andalucía, el fraude los cursos de formación, los casos Pallerols y Palau en Cataluña, la confesión del expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, el ‘caso Nóos’, la quiebra de las cajas de ahorro, las ‘tarjetas black’ de Caja Madrid, esta misma semana la ‘operación Púnica’ … Políticos, empresarios, sindicatos, la Casa Real. No importa dónde se mire. Los ciudadanos también han descubierto que en España la corrupción lo ha colonizado todo. Y, como en la Italia de los noventa, han comenzado a manifestar su náusea, su decepción y sus ganas de cambio radical en las urnas. ¿Puede esa reacción acabar con el PP y el PSOE, e incluso con CiU, como acabó con la Democracia Cristiana (DC) o el PSI? Es difícil de saber, pero es obvio que los dos partidos mayoritarios ya le han visto las orejas al lobo.
Las encuestas no hacen más que apuntar a una sangría de votos que alimenta las expectativas electorales de un partido del que, en realidad, se sabe poco, más allá de que ha logrado emerger como símbolo del desprecio a eso que sagazmente ha decidido denomiar la «casta». Un partido que aún está en construcción y que, de forma racional, medida y fría, trata de preservarse de todo aquello que podría lastrar su ascenso. Podemos no se pre-
sentará a las elecciones municipales porque en sus filas, se encargan de advertir sus adversarios, hay ya personajes perfectamente reconocibles en el ámbito local y regional y en absoluto ajenos al engranaje del que reniegan.
Transición, bien supremo
Es llamativo que, en cuestión de días, personajes tan dispares como José María Aznar, Felipe González, Alfonso Guerra e incluso la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, hayan coincidido en un mismo mensaje. «Yo no voy a aceptar que se diga que el origen de nuestros problemas fue cómo se hizo en su momento la Transición y la propia Constitución, eso no es verdad», defendió este miércoles en Madrid la socialista con más poder dentro y fuera de su partido.
Todos ellos admiten que hacen falta reformas profundas, pero niegan que la situación exija una «enmienda a la totalidad» del sistema. Se parapetan incluso en las actuaciones judiciales como prueba de que el modelo es válido. Y sobre todo, populares y socialistas alertan del «desastre» que sería para España un Gobierno de Pablo Iglesias, al que señalan como la auténtica amenaza para la democracia. «Hay que tener cuidado con dejarse seducir por movimientos revolucionarios que no se sabe bien adónde conducen», alegan. Sin tapujos, han llegado a comparar a Podemos con los fascismos del siglo XX (la referencia al ‘chavismo’ está ahora menos en boga).
Una frase de Iglesias, al que Díaz atribuyó una actitud «cesarista», da, efectivamente, pie a ese tipo de discursos: «La izquierda y la derecha son metáforas», repite con cierta insistencia. Él plantea otra disyuntiva: oligarquía de poder frente a ciudadanía. En ese esquema Podemos se reivindica como la voz del ciudadano. Populismo clásico, dicen sus detractores. Nada, insisten, muy distinto de lo que la tremenda crisis económica ha traído a otros países como Francia, con el ultraderechismo edulcorado del Frente Nacional de Marine Le Pen, o a Italia, con el histriónico e iconoclasta Movimiento 5 estrellas de Beppe Grillo.
La huida de Craxi
Hay algo en la referencia al ‘Tangentopoli’ italiano que favorece el discurso de los partidos del actual ‘régimen’. Aquel golpe al tablero de juego acabó llevando a Silvio Berlusconi al poder. Obviamente, no sirvió para regenerar demasiado. La Justicia tomó declaración a cerca de 4.000 implicados y decretó cárcel para los líderes de los seis partidos; diez años después, en toda Italia sólo uno cumplía arresto y era domiciliario. Craxi huyó a Túnez al conocer su condena de 20 años y allí moriría años más tarde. El cáncer de la corrupción ha vuelto a extenderse en Italia. Quizá sería más exacto decir que, en realidad, como dice el propio Di Pietro, nunca desapareció; sólo se molestó en ser menos descarado.
Aún así, el caso italiano y español no son idénticos. El decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Barcelona, Joan Botella, subraya que en Italia los gobiernos eran de coalición (incluso pentapartitos) y la corrupción también. Por otro lado, tras la caída del muro de Berlín, el partido de los comunistas, el PCI, acabó disolviéndose. «Aquí sí puede aparecer una alternativa suficientemente externa al sistema», apunta en alusión a Podemos. Cree que, en este momento, es una opción «atractiva», lo que no asegura, advierte, que vaya a traer el antídoto a nuestros males. En un país acogotado por una cierta sensación de indefensión, dice, es fácil que cale la «promesa de la rendención rápida».
Enrique Guerrero, vicepresidente del grupo socialista en el Paramento europeo y doctor en Ciencias Políticas, pone en duda, por otro lado, que en España se arrample con el modelo vigente. Sospecha que el hartazgo con los partidos que han regido los designios españoles en las últimas décadas tiene más de coyuntural que de estructural, que aquí no hay una sensación de «ineficacia» sostenida en el tiempo sino desesperación ante una crisis económica dura y larga que los gobernantes han sido incapaces de atajar. Y algo más: cree que la ley electoral española, menos proporcional que la italiana, reconducirá, probablemente, una fragmentación electoral excesiva.