Pablo Iglesias no era muy partidario del gradualismo en aquel otoño de 2014 e invitó a los suyos a una reflexión sobre el poder: el cielo no se tomaba por consenso, sino por asalto. Aún faltaban más de cinco años para que él arañase el cielo que soñaba en la vicepresidencia segunda del Gobierno.
Podemos nunca ha tenido miramientos con eso que la izquierda siempre ha calificado despectivamente como ‘libertades formales’ y su líder nunca se ha tenido por la parte más débil de la coalición. Su arrogancia siempre nos hizo temer (y desear) que alguna vez topara con el límite de aguante del presidente del Gobierno. Recuerden cuando le restregó a Sánchez que su partido tenía el pasado manchado de cal viva. Aquí se acabó, pensamos todos los que aún no habíamos llegado a comprender la extraordinaria elasticidad de las tragaderas de Pedro Sánchez. No es solo que su capacidad de hacerse el distraído le permita surfear por encima de los escándalos en que incurren sus socios de Gobierno. Es que Pablo Iglesias se ha convertido en el motor del Ejecutivo. Sus propuestas son hechas propias por el presidente del Ejecutivo, ya sean los desvaríos de Irene Montero con la Ley Sisí o la portentosa Ley de Bienestar Animal de la no menos portentosa ministra Belarra, que servirá para impulsar la ley de Irene. ¿La ley de bienestar animal para garantizar la protección de los derechos de las mujeres? Justicia poética se llama esa figura.
Son muchas más trapacerías las que ha urdido este chisgarabís para hacerse fuerte en Moncloa. El indulto a sus socios golpistas, la despenalización de la sedición, ¿recuerdan cuando el propio Sánchez decía que era un delito de rebelión lo que ahora se han quedado en desórdenes públicos agravados? Ha mentido en las penas comparadas con los países de nuestro entorno, Felipe le recordó que allí se llama alta traición y llegan hasta la perpetua.
Y luego, la extraordinaria falacia de la malversación, que no es tal si la mano que entra en la caja no lo saca para sí, sino para una causa más noble: el partido, los trabajadores sin empleo o las putas de Sevilla, que son un sector en crisis si bien se mira.
Ya puestos, también se ha empeñado en cambiar forma de elección de los vocales del Consejo del Poder Judicial: los cuatro del Congreso ya no serán elegidos por mayoría de 3/5 de la Cámara Baja y los cuatro del Senado, tampoco por la misma proporción de la Cámara Alta. Serán por mayoría simple, que es lo que le conviene a él y Patxi López, ese cerebro alternativo, ha dicho que los miembros del CGPJ que se nieguen a cumplir con sus obligaciones (las que Sánchez les imponga) tendrán que asumir sus reponsabilidades, incluso de carácter penal. Es un bonito juego de inversión: se trata de hacer un Código Penal a la medida de los delincuentes para excarcelar a los golpistas y a los violadores y a cambio meter a los jueces en la cárcel.
Esta semana ha sido clave para definir en España un golpe de Estado cuyo líder natural es Pedro Sánchez. El proceso constituyente, decía el candidato sanchista al T.C. Y el principio de renovación sobre la propaganda. Este lo acuñó Goebbels. Y ahora, a ver quién para a este psicópata. Él por sí mismo no lo va a hacer; urge una moción de censura.