ABC 15/12/15
DAVID GISTAU
En boxeo existe el concepto del «golpe frío». Es el que, recibido en los primeros segundos del combate, deja a un rival mermado y amedrentado para toda la noche. Sánchez lo buscó con una agresividad de inicio que empleó la corrupción y a Rato, disparó los tics faciales de Rajoy y le permitió obtener ventaja en el terreno argumental que en principio le era menos propicio: los éxitos económicos, la evitación del rescate, en definitiva, el relato triunfal del marianismo, que Sánchez atribuyó a influencias exógenas mientras que Rajoy, que infinidad de veces salió airoso en el parlamento de esta misma discusión, se quedaba atónito y bloqueado en una defensa insuficiente. Hasta con lo del plasma se mofó Sánchez, que en ese instante, en el traje de jefe de la oposición bipartidista, lucía más solidez que en la barahúnda tuteadora de los emergentes. En cuanto a Rajoy, parecía estar diciéndose que habría sido mejor acudir sólo a debates de uno. Hasta cuando aludía a rebajas en el IRPF apetecía decirle que no hacía sino recordar a los espectadores la naturaleza de su gran mentira electoral en la campaña anterior y la presión fiscal de esta legislatura, aliviada sólo en vísperas electorales.
En boxeo existe también el concepto del «segundo aire». Es el que respira el púgil que, después de haber sufrido, mediado el combate regresa de repente con bríos renovados. A Rajoy lo depertó ese segundo aire cuando salió del pasmo y confrontó a Sánchez con interpelaciones directas que recordaron las del buen parlamentario. Para entonces, Sánchez se había extraviado encima en uno de los errores recurrentes del discurso socialdemócrata: el tremendismo, la pornografía sentimental. Usó como pretexto a no sé qué vecina de Valladolid para tratar de personalizar el drama y hacer pasar a Rajoy por un supervillano capaz de arrastrar a la muerte a millones de dependientes y de esterilizar a las mujeres que anhelan ser madres. Pero, así y todo, su mayor error estaba aún por cometer.
· Sánchez; Hasta con el plasma se mofó, que en ese instante lucía más solidez
· Rajoy; Le despertó ese «segundo aire» cuando salió del pasmo
Con insinuaciones personales acerca de la corrupción, Sánchez permitió que surgiera el único Rajoy apasionado que conocemos: el que defiende su honorabilidad. No la de su partido, la suya: la de su partido hace tiempo que él mismo la puso en duda con la coletilla de «salvo alguna cosa» que fue precursora de la tormenta de mierda de las operaciones judiciales. Este tramo derivó pronto al lodazal, a la impertinencia recíproca, a reproches acerca de los sueldos ganados que sólo podían aspirar a azuzar el rencor social contra el contendiente. Pero, durante un instante, agredido en su honor, a Rajoy se le vio una llamita interior que hace un siglo y medio habría hecho inevitable el duelo a pistola al amanecer. Sánchez llegó convencido de que la corrupción sería la pistola láser con la que fulminaría a su adversario. Pero luego no le sirvió de tanto. Primero, porque las acusaciones sin pruebas hacen que el espectador neutral simpatice con que el sufre las insinuaciones, y más si se defiende con una pasión convincente. Y, segundo, porque los grandes éxitos de Bárcenas, como el «Luis sé fuerte», ya fueron afrontados por Rajoy en su famosa comparecencia parlamentaria. Sonaron reiterativos, como cosa ya digerida, y eso puede ser lo que amortigüe en las elecciones el golpe al PP por el afloramiento de su corrupción: sucedió tan al principio de la legislatura que no es fácil avivar indignaciones como las de entonces.
En un debate pobre de ambos en cuanto a visión nacional, ideas y pensamientos, Sánchez al menos compensó un poco la sensación agónica que dejó después de sus refriegas con «los nuevos». A Rajoy tal vez siga yéndole mejor con el atril vacío.