CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO – EL MUNDO – 29/04/16
· El PSOE afronta probablemente los dos meses más decisivos de su reciente historia, que comenzó en el Congreso de Suresnes de 1974. Algunos dirigentes del partido creen que el que se la juega es Pedro Sánchez e incluso hay quien, al augurarle un mal resultado el 26-J, expresa más un deseo que un temor. Pero no, quien se la juega es el PSOE.
Si, como vaticinan algunas encuestas, Podemos logra superar al PSOE en las próximas elecciones, lo de menos será el futuro de Sánchez. Si eso sucede, el partido que ha sido base fundamental de la democracia desde la muerte de Franco habrá perdido la hegemonía en la izquierda y correrá grave riesgo de desmoronarse.
La renuncia de Carme Chacón a ser número uno de la lista por Barcelona (puesto que ocupó el 20-D), seguida horas después por el anuncio de Irene Lozano de que ya no irá en las listas del Partido Socialista por Madrid, suponen un duro golpe para el secretario general del PSOE.
Chacón no era una persona de su círculo íntimo, pero Sánchez hizo el esfuerzo de incorporarla a su equipo y, al margen de su privilegiado puesto como cabeza de lista, la nombró responsable de relaciones internacionales del partido. La ex ministra de Defensa formó parte del núcleo duro del Gobierno de Rodríguez Zapatero y su continuidad en la dirección socialista implicaba un esfuerzo integrador que se ha demostrado inútil.
La prioridad a la hora de informar de su decisión –primero se lo dijo al ex presidente del Gobierno, luego al secretario general– demuestra cuál es su escala de fidelidades. Chacón no creía en el proyecto de Sánchez, ni en él como líder del partido, y habría dado saltos de alegría si Susana Díaz hubiera dado el paso para disputarle el liderazgo. Pero la presidenta de la Junta, que le llegó a decir a Zapatero que «ahora sí» se lanzaba al ruedo, optó por la comodidad de seguir siendo la deseada frente al riesgo de la pelea abierta en unas primarias llenas de incertidumbres.
La sacudida por la marcha de Irene Lozano es de mucha menor intensidad, pero para Sánchez supone un revés doloroso por cuando la ex diputada de UPyD fue su apuesta personal de cara al 20-D, a sabiendas de que su incorporación, nada menos que como número cuatro por Madrid, desplazando a un histórico como Eduardo Madina, provocaría el revuelo de la vieja guardia socialista, que no olvida las descalificaciones que lanzó en el pasado contra el PSOE. Es verdad que, tras las elecciones, la marginó, la guardó en un armario para que no se la viera mucho, pero su marcha resquebraja un poco más el proyecto del líder del PSOE que, desde que ganó las primarias a Madina hace casi dos años, no ha tenido una temporada de tranquilidad.
Sánchez es un superviviente. En la semana en la que se celebró el Comité Federal de diciembre, un miembro de la dirección socialista me confesó: «Está muerto, pero es el único que no lo sabe». Pero aguantó y arriesgó al aceptar el reto de formar Gobierno con tan solo 90 escaños. Se lo jugó todo a la carta del pacto con C’s, dado que el Comité Federal le marcó unas líneas rojas tan estrictas que le hacían imposible explorar otras vías.
Sin saberlo, o a sabiendas, la dirección socialista maniató a Sánchez. Una vez que se hizo la foto con Albert Rivera era prácticamente imposible que Podemos aceptara un acuerdo a tres o una abstención que le hubiera permitido ser presidente del Gobierno. Algún barón le avisó del peligro de esa firma con gran boato y le recomendó rebajar las expectativas del pacto con C’s, pero Sánchez creyó por un momento que la jugada podía salirle. El problema es que Sánchez no tenía un plan B. Si finalmente no lograba la investidura, se quedaba en el vacío. Por ello, Podemos apretó el dogal y Pablo Iglesias impuso su criterio.
Ante la posibilidad de darle una oportunidad a Sánchez, el líder de Podemos optó por dejarle sin respiración, forzando así unas elecciones en las que piensa que puede superar al PSOE en votos y en escaños.
Insisto en que no entiendo la alegría de algunos políticos, socialistas y no socialistas. Seguramente Sánchez no sea el mejor de los líderes, pero ha habido pocos –quizás exceptuando a Adolfo Suárez– a los que su propio partido haya tratado tan mal.
El sorpasso de Podemos no sólo sería un hecho terrible para el PSOE, sino también para la estabilidad de nuestra democracia.
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO – EL MUNDO – 29/04/16