Recordaba justamente ayer Cayetana Álvarez de Toledo la premonición de José María Aznar sobre la voluntad del nacionalismo catalán para romper España: “Antes de fracturarse España se romperá Cataluña”. Era una apreciación irreprochable. Mitterrand había dicho en su discurso de despedida del Parlamento Europeo en 1995: “el nacionalismo es la guerra”. Y sobre todo, y en primer lugar, es la guerra civil, debió haber añadido, la división interna.
Ya solo los más antiguos del lugar recuerdan la ruptura que se produjo entre el antiguo partido hegemónico de Cataluña y Esquerra Republicana cuando aquel talento manifiestamente mejorable que fue Artur Mas sustituyó a Jordi Pujol al frente del tinglado. Mas ganó en escaños, pero fue desalojado por la alianza tripartita de izquierdas que formaron en 2003 Maragall, Carod-Rovira y Joan Saura. Recordarán aquel camino incierto en el que destacaron el encuentro que el conseller en cap Carod Rovira mantuvo en Perpignan con los dirigentes etarras Josu Ternera y Mikel Antza en torno a una paella. También debe recordarse que en aquella amable cuchipanda, el número 2 de la Generalidad no informó de su encuentro a Maragall, so pretexto de que el presidente estaba en un viaje privado a Turquía como si en aquellas fechas (enero de 2004) no se hubiera inventado todavía el teléfono. El hombre no llegó a identificar a su comensal Josu Ternera, es lo que tiene ir desorientado por la vida.
Es justo añadir que el tripartito abrazó la ocurrencia de Maragall de reformar el Estatut que Pujol no había tocado en 23 años. La cosa salió como salió en 2006, con mucho menos apoyo popular del que había obtenido el estatuto de Sau y más del 50% de abstenciones.
Salvador Illa, ese fenómeno al que Pedro Sánchez sacó de la Filosofía para meterlo en la Sanidad, un paseo hacia el Govern, sin prever que se les venía encima una pandemia, fue interpelado por el presidente de ERC, Oriol Junqueras, que puso tarea a los socialistas: implicarse en la defensa de una democracia plena, antes de que ellos consideren que están en la lucha contra la represión.
Illa ha respondido a Junqueras: “yo no doy lecciones ni las acepto”, expresión que viene a resumir de manera impecable el know how de todo maestro Ciruela, el que no sabía leer y puso escuela. ¿Cómo podría dar lecciones alguien que no sabe? cabe preguntarse en primer lugar. Sería una actitud razonablemente prudente lo contrario de lo que se expresa en la segunda negativa de Illa: a partir de su ignorancia, que no solo es en materia sanitaria, sino estructural, no solo debería aceptar lecciones, sino buscarlas con mucho empeño.
Total que la ruptura del pacto de Gobierno por parte de los antiguos convergentes ha dejado a ERC y a Père Aragonés al frente del invento. La soledad es penosa, pero a ellos les parece uno de los misterios gozosos del Rosario. Aragonés es un president recogidito, un honorable que venía ya demediado de casa, pero tiene el comodín de Pedro Sánchez, que está dispuesto a ofrecerle la estabilidad que necesita. ERC le dará a cambio el apoyo que siga manteniendo a Sánchez en La Moncloa. Y el yerno de Sabiniano Gómez se convertirá de facto en el líder del golpismo catalán en esta etapa.