Nicolás Redondo Terreros, EL ECONOMISTA 08/12/12
Estas semanas, prolegómeno del tiempo navideño, en el que todo parece posible, han aparecido con fuerza los expresidentes Felipe González -rememorando el trigésimo aniversario del Gobierno formado tras la contundente victoria de los socialistas el 28 de octubre de 1982- y José María Aznar -presentando el primer volumen de sus memorias-.
El primero recordó en el acto socialista que él no había publicado sus memorias, en clara referencia a su sucesor en La Moncloa; el segundo dejó claro en una entrevista que no tenía confianza alguna en el andaluz. ¡Qué personajes tan distintos estos dos presidentes españoles!
El que ocupó más años La Moncloa sigue seduciendo intensamente a los suyos, pasada con creces una década desde su voluntario retiro de la vida pública. Seguimos viendo en él la brillantez del sur, el dominio de los asuntos que enfrenta. Oírle provoca sentimientos intensos y la sensación de estar oyendo algo importante; ha incrementado, respecto a sus primeros años en la política y a causa de su acrecentada experiencia mundana, la dispersión periférica y el profesionalismo retórico, diciendo sin decir, descalificando sin nombrar, golpeando duramente como quien no quiere la cosa.
El sustituto enardece a los suyos por lo contrario, escueto hasta el desconcierto, enhebra un discurso sin concesiones literarias, dejando claro desde el principio qué defiende y qué ataca, quién goza de su simpatía y quién de su repulsa; con él nadie se puede llamar a engaño. Tal vez por el tiempo y por el éxito, los dos pueden considerarse hombres que han conseguido lo que se han propuesto en la vida. Han elevado el volumen de sus adversarios y aumentado el convencimiento en sus certezas.
Pero no es ese contraste el que hoy me entretiene, aunque me pueda divertir, ni su incapacidad para hacer parada y fonda en su confrontación, que tiene menos que ver con su carácter que con la escasa tradición democrática de nuestro país, como demuestra que el mantenimiento de sus diferencias no es sólo político o ideológico. Me ha llamado la atención la fuerza que mantienen sus discursos entre sus respectivas clientelas.
El prestigio de Aznar tiene que ver, desde luego, con la atracción que ejerce el pasado sobre los seres humanos. Desde Platón sabemos que son muchos los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, añorantes de siglos de oro, de épocas doradas pretéritas, también de personalidades significadas, como el rey Sebastián para los portugueses. Los votantes, y con más claridad los afiliados del Partido Popular en este caso, se refugian en el pasado tan reciente como idealizado ante una realidad desconcertante -la desaparición de Zapatero no ha solucionado automáticamente los problemas económicos-, y desagradable -el fin de ETA les obligará a llevar a cabo políticas que nunca pudieron imaginar-. Y todo ello envuelto en un proceso de deslegitimación institucional y de aventuras independentistas que no son fáciles de parar sin recurrir a la paciencia y a la inteligencia para revisar algunos de los fundamentos de sus creencias más instintivas. El impulso nostálgico se incrementa notablemente por las peculiaridades del líder actual, más preocupado por hacer lo que considera que por explicarlo, enemigo declarado de la épica, que no ha sido infrecuente que converja con la política y que tanto nos gusta a los españoles.
El de González está influido por la situación que atraviesa el PSOE: alejado abruptamente del poder local, autonómico y nacional, se desenvuelve entre la debilidad política, la desconfianza social y una guerra oscura, de desgaste, en la que no aparecen ideas suficientes para enhebrar un discurso general. En tal penumbra, el antiguo liderazgo de Felipe deslumbra, siendo un buen ejemplo el acto que mencionaba anteriormente. No fue una muestra de reconocimiento, bien merecido sin duda, que sirviera para mirar hacia el futuro; más se asemejaba a una reafirmación nostálgica en la que el líder proponía, con fuerza de obligación, y los oyentes asentían predispuestos y agradecidos, desdibujando hasta el desasosiego a figuras como Zapatero y, sobre todo, a Pérez Rubalcaba, quien sin embargo ha sido investido por la militancia para ser el primero entre los socialistas.
Pero la repercusión de sus apariciones, las de ambos, también tiene mucho que ver con el presente, con la crisis económica, con el debilitamiento de la legitimidad de la política que arrastra a las instituciones públicas, con el golpe del presidente de la Generalitat, Artur Mas, a las reglas de juego del 78. Tiene que ver con la ausencia de la Política, entendida como la ciencia que soluciona los problemas públicos, los conflictos que se plantean en una sociedad, es decir: la política con mayúsculas.
Hoy los españoles -no sólo los votantes o afiliados del PP y del PSOE- están necesitados de una gran política alejada de los confines partidistas, de las siglas, de las consignas… Y justamente tal necesidad provoca que ambos líderes transciendan sus filas y sus fronteras. No sería malo que los dirigentes actuales tomaran nota sin nostalgia, pero con sensibilidad.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.
Nicolás Redondo Terreros, EL ECONOMISTA 08/12/12