GABRIEL ALBIAC-EL DEBATE
  • No sé cuál de los dos ganaría. Me da exactamente lo mismo. Con un poco de suerte, podrían salir los dos bastante magullados. Y el público, tan contento

González es un tahúr iletrado que hizo fortuna como nadie la ha hecho en la (¿o con la?) política española. Zapatero es el rescoldo del animal pensante en grado cero; que hizo fortuna. ¿Cuál debe temer a cuál en un combate sin reglas? Porque, para gente como ésa, las reglas nunca existen: todo es navajeo en la ciénaga, del cual se sale vivo o muerto. Sucio, siempre.

González, dicen, ansía el espectáculo: demasiados años lleva sin degustar el bárbaro arrebato, en torno al ring, de muchedumbres que aúllan a la espera de la sangre. Zapatero, dice preferir rehuirlo. Con aquel aire tan mentirosamente bondadoso de toda la vida, se envuelve en el santurrón respeto hacia un partido que –él y su superior Sánchez lo saben mejor que nadie– ya no existe. El PSOE fue desmontado nada más llegar el esposo de Begoña Gómez al poder. No queda nada: cada mando, alto o medio, cada funcionario con labores relevantes, fue despedido por el nuevo caudillo y reemplazado por figuras fieles que, sueldo y cargo en mano, forjaron la guardia de hierro del nuevo jefe. La vieja estructura organizativa fue reducida a cenizas.

Sánchez y Zapatero saben que no tienen adversarios ya, en el que sigue llamándose partido socialista. Sencillamente, porque su tarea histórica ha consistido en cerrar el ciclo largo en el cual existió tal partido. Y en sustituirlo por otra cosa; que no es que no sea socialista, es que sencillamente no es un partido. Lo más característico de esa ola ascendente de los populismos, asediando Europa después de haber arrasado el centro y el sur de América, es el ocaso de la «forma partido» que definió la política europea desde 1848. Y el retorno a lo que, en la Europa de entreguerras, fue el delirio caudillista del cual resultaría la peor catástrofe de la historia moderna. Sánchez y Zapatero se han apuntado al éxito de esa cosa. Puede que no se equivoquen.

En un combate verbal González-Zapatero, ¿quién debería temer a quién? Yo he visto al vocacional discípulo de Mr. Bean hacer un ridículo indescriptible en algo que ni siquiera era propiamente un debate. Una charla amigable, se suponía. En un solemne escenario teatral de Madrid. Protagonistas: los tres ex presidentes en vida. La alianza entre Aznar y González, para pitorrearse del sonriente caballero de los pantalones siempre demasiado cortos, produjo una hilaridad que ni el mismísimo Buster Keaton hubiera igualado. El final, cuando Zapatero se levantó antes de que el suplicio acabara, porque «tenía que coger el avión para Caracas», desencadenó en sus dos «colegas» una maldad a dúo poco igualable: «Pues, vete con cuidado con los de Venezuela», le soltó el uno. «Sí, sí, date prisa, que Maduro no se anda con bromas». Al go-between de Maduro se le heló la sonrisa, aceleró el paso, trastabilló sobre el escenario, pero ni se dio una castaña ni dijo esta boca es mía. La Caracas chavista aguardaba: paraíso de negocios. Lo demás, ¿a quién podía importarle?

Imaginémoslos, ahora, a ambos en un debate sobre los grandes temas de sus mandatos.

González: GAL, Filesa, PER, hemmano de mihemmano, Barrionuevo, Vera, Amedo, Domínguez, Lasa, Zabala… Zapatero: ruina, ruina, ruina…; también, ya de segundón de este de ahora, elogio épico de los negocios de la esposa del Doctor Sánchez, del hermano menos listo del Doctor Sánchez, de las violaciones judiciales del Doctor Sánchez, del asalto contra la Constitución del Doctor Sánchez… El versallesco ministro de Transportes llamaría, con elegancia, a eso servidumbre vocacional hacia ese a quien él diera el refinado nombre de «puto amo». Duro combate.

No sé cuál de los dos ganaría. Me da exactamente lo mismo. Con un poco de suerte, podrían salir los dos bastante magullados. Y el público, tan contento.