Carlos Sánchez-El Confidencial

  • El conflicto de Ucrania no es el último coletazo de la guerra fría. Ni Estados Unidos ni Rusia ni la UE son ya como hace 30 años. Forma parte de una simple lucha por el poder de influencia en el este de Europa

La gran paradoja del conflicto ucraniano —nunca ucranio— viene de Alemania, el país más afectado por la escalada de la tensión, tanto por su dependencia del gas ruso como por su posición geopolítica. Su ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, es, como se sabe, la líder de Alianza 90/Los Verdes, precisamente el partido que nació en los años 70 al calor del ecopacifismo. 

El término ‘paradoja’ procede del griego y significa etimológicamente ‘más allá de lo creíble’. La Real Academia, en concreto, lo define como un ‘hecho o expresión aparentemente contrarios a la lógica’; y, en verdad, resulta singular que la heredera ideológica de Petra Kelly y el general Bastian, quien dejó el Ejército alemán por su oposición al despliegue de misiles en Europa en medio de la guerra fría, sea hoy quien mantiene una posición más dura sobre el conflicto con Rusia. Precisamente, cuando lo que está en cuestión en Ucrania es el despliegue de misiles balísticos.

Petra Kelly, merece la pena recordarlo, construyó su leyenda en torno al pacifismo y al ecologismo y, en una carta enviada a ‘El País’, publicada el 19 de septiembre de 1984, en medio del debate sobre la permanencia de España en la OTAN, escribió: “Ahora oímos que el Gobierno González piensa que quizá la permanencia de España en el Pacto del Atlántico Norte sería ventajosa y se debe afrontar el riesgo de que la mayoría de los españoles se pronuncie contra esta pertenencia en un plebiscito consultivo. Este nuevo desarrollo me ha sorprendido y decepcionado, aunque yo debería saber realmente, como antigua socialdemócrata —que abandonó en 1979 el SPD, desencantada, para colaborar en la fundación y organización de Los Verdes en la República Federal de Alemania—, que los socialdemócratas y los socialistas olvidan y traicionan sus ideales en cuanto han conquistado el poder y se sientan al timón del Gobierno”. 

Nada más absurdo que juzgar lo escrito hace 40 años por un activista del pacifismo a los ojos de hoy sin su correspondiente contexto histórico. Los neopopulismos, sin embargo, lo hacen de forma recurrente, ahí está la lectura tramposa de la Transición o esa visión ridículamente piadosa de la horrible dictadura franquista, lo que explica el auge de la demagogia y del oportunismo. Siempre es más fácil jugar con la historia como si se trata de un juego malabar que tratar de entenderla.

Derribar fronteras

Y es por eso por lo que resulta verdaderamente chocante que se vea el conflicto entre la OTAN y Rusia como los últimos coletazos de la guerra fría, cuando ni Moscú ni la propia Alianza Atlántica son la misma cosa. Y no solo por la irrupción de China como un gigante o por la aparición de la globalización como un proceso estructural que derriba fronteras físicas, sino porque la propia Europa —tres décadas después de la caída del Muro— es hoy muy distinta. 

No lo es, sin embargo, la tendencia a analizar los conflictos exteriores de forma binaria. O esquemática, como se prefiera. Probablemente, porque así es más sencillo trasladar al ámbito de la política nacional lo que sucede en el contexto internacional. Es una forma como otra cualquiera de huir del debate público. Siempre es más fácil estar con tirios o con troyanos que establecer una discusión inteligente sobre las causas del conflicto. Y si, además, se añaden unas gotas de anacronismo, opción que tanto disgustaba a Hobsbawm, pues mucho mejor. O prorrusos o proamericanos. 

El PP tiene una larga tradición atlantista, y de ahí que no pueda sorprender su apuesta estratégica por estar al lado de Washington 

No es fácil encontrar a un líder político que se mueva mejor en el terreno de lo esquemático y de lo mecánico que Pedro Sánchez, o conmigo o contra mí, aunque Casado no le va a la zaga. Uno y otro se han puesto al frente de la manifestación con fervorosa pasión. Una sobreactuación que en realidad esconde la debilidad de España en el contexto internacional, y que es la reacción clásica de países y gobiernos que buscan congratularse con quien manda. 

El Partido Popular, legítimamente, tiene una larga tradición atlantista, y de ahí que no pueda sorprender su apuesta estratégica por estar al lado de Washington independientemente de las razones que lleven a EEUU a tomar una determinada posición. En este caso, como ha sugerido Blinken, su secretario de Estado, argumentando razones poco creíbles de seguridad, cuando realmente lo que está en juego es la intención de estrechar el campo de juego de Rusia en Europa oriental. Una estrategia algo más que evidente que pudo observarse cuando John Kerry, entonces secretario de Estado, se plantó en 2014 en Maidán, la devastada plaza de la independencia de Kiev, en medio de las protestas de los ucranianos contra el presidente prorruso Yanukóvich con 1.000 millones de dólares bajo el brazo.

Tampoco puede sorprender que una parte de la izquierda se comporte de forma maniquea interpretando que lo que ocurre en Ucrania forma parte de la lucha del imperialismo americano por dominar el mundo. Al fin y al cabo, la construcción de enemigos ficticios forma parte de la política desde tiempos inmemoriales, y es, sin duda, la mejor bandera para captar acólitos. El populismo lo sabe bien, y por eso atiza la polarización como uno de los ejes fundamentales de la acción política: el comunismo, el fascismo… Sin embargo, estar por una solución pactada —el ‘no a la guerra’— no es estar al lado de Rusia, sino de la paz. Y, en este sentido, conviene recordar el bochornoso papel que tuvo la prensa de prestigio de EEUU durante la guerra de Irak. Tampoco hace tantos años.

Tocando el arpa desde Florida

El alto grado de polarización política puede explicar, de hecho, las dificultades de Biden para firmar acuerdos con Putin, toda vez que eso podría interpretarse como un gesto de debilidad de la democracia liberal ante la autocracia del presidente ruso. Pero, sobre todo, por algo mucho más mundano: la existencia de un Trump agazapado que toca el arpa desde su residencia en Florida a un año vista de las elecciones de mitad de mandato. Putin, en este sentido, cuenta con la ventaja de que, al no estar sometido a la presión de la opinión pública como sí lo están las democracias liberales, puede graduar la presión sobre Occidente de la manera que más le convenga reduciendo la oferta de gas y petróleo, lo que convertiría la inflación en un problema estructural y no coyuntural. 

Lo curioso es que tampoco un pacto entre las dos superpotencias —después del fracaso de los acuerdos de Minsk— parece gustar a Europa en la medida de que se vería con nitidez su irrelevancia en política exterior y, en particular, en el ámbito de la defensa. De ahí la extraña posición de Bruselas sabiendo que es muy dependiente de la energía procedente de Rusia, lo que dice muy poco en favor del pragmatismo que debe guiar las relaciones internacionales. 

Ni siquiera EEUU u otros países de la OTAN han hablado de defender militarmente a Ucrania, que no es miembro de la OTAN 

No parece muy razonable la demanda de EEUU de paralizar la entrada en funcionamiento del gasoducto Nord Stream II —mientras vende su propio gas a espuertas a Europa— hasta que haya una solución para Ucrania, que corre el peligro de convertirse en un estado fallido si se ve el conflicto como una cuestión meramente ideológica más propia de la guerra fría que del siglo XXI. 

Todo lo que ocurre en torno a Ucrania, sin embargo, es mucho más matizado. Menos maniqueo de lo que plantean Sánchez y Casado, cuya respuesta —ahí están las fogosas palabras de la ministra Margarita Robles— ha ido incluso más allá que las de los más firmes halcones del atlantismo. Ni siquiera EEUU u otros países de la OTAN han hablado de defender militarmente a Ucrania, que no es miembro de la OTAN, y por el momento se limitan a anunciar represalias y sanciones comerciales, aunque seguirán comprando gas ruso.

Fuerzas nucleares

Conviene recordar, como ha señalado ‘Foreign Affairs’, una revista sospechosa de comulgar con Rusia, que en los últimos años Putin ha presidido cuatro oleadas de ampliación de la OTAN cerca de sus fronteras y ha tenido que aceptar la retirada de Washington de los tratados que rigen los misiles antibalísticos, las fuerzas nucleares de alcance intermedio y los aviones de observación desarmados. 

Esta realidad es la que está en el centro de la propuesta enviada por el Kremlin el pasado 17 de diciembre a Washington —que es el origen inmediato de las actuales tensiones— y así evitar que ni la OTAN ni la propia Rusia puedan desplegar misiles terrestres de medio y corto alcance en áreas que les permitan alcanzar ambos territorios. El Kremlin, de hecho, como han observado muchos analistas, podría quedar satisfecho si el Gobierno de EEUU aceptara una moratoria formal a largo plazo sobre la expansión de la OTAN y el compromiso de no colocar misiles de alcance intermedio en Europa. Al fin y al cabo, como alguien ha dicho, la perspectiva de que Ucrania se una a la OTAN es como la crisis de los misiles cubanos de 1962, pero con esteroides, debido al riesgo de que se desplieguen misiles al lado de su frontera con Ucrania. Es decir, una especie de doctrina Monroe, pero en el este de Europa. 

Como sucede en la disputa de EEUU con China, de lo que se trata es de lograr la hegemonía económica y geoestratégica. Así de fácil 

Este es el fondo del asunto, y no una confrontación ideológica, como a veces se plantea, más propia de la guerra fría, cuando ambas superpotencias se peleaban por extender sus zonas de influencia a partir de dos concepciones del mundo completamente distintas, lo que llevó a la creación de patios traseros tutelados por ambos lados donde se podían cometer todo tipo de tropelías. EEUU en Latinoamérica y la URSS en Europa oriental tras los acuerdos de Moscú firmados entre Churchill y Stalin. 

Hoy, sin embargo, todo es mucho más banal. Como sucede en la disputa de EEUU con China, de lo que se trata es de lograr la hegemonía económica y geoestratégica sobre determinados territorios. Así de fácil. 

Se suele decir que la primera víctima de la guerra es siempre la verdad, y en eso estamos. EEUU no quiso invadir Afganistán o Irak para exportar la democracia liberal, sino para tener presencia en Asia central; ni tampoco Rusia quiere exportar su autocracia a Ucrania, es solo poder e influencia. Conviene saberlo para no hacer el ridículo y no dejar en la estacada la idea del pacifismo que iluminó Petra Kelly en los años 80.