EL MUNDO 17/10/16
ARCADI ESPADA
LA CLAVE de bóveda del negocio de Google ha sido la irresponsabilidad. Alguien pone el nombre de un libro en el buscador y Google lo lleva instantáneamente a una página donde el libro puede descargarse gratis e ilegalmente. Lo mismo ha sucedido con la música, con las películas y con el sistema cultural en su conjunto. Nueve de cada diez accesos a contenido pirateado se producen a través de Google, que gana dinero, la abrumadora mayoría de su dinero, con el control del 57% de la publicidad online. Del mismo modo, aunque desde hace menos tiempo, el buscador lleva al interesado a lugares de noticias donde se miente a sabiendas y se practica sin complejos este bonito género que llaman de la ficción basada en hechos reales. Ahora, y como consecuencia de que el triunfo electoral de Donald Trump se ha producido después de una campaña de mentiras sin precedentes, Google (y también Facebook) ha anunciado su decisión de retirar sus anuncios, y la financiación consiguiente, de las webs que difunden mentiras. Habrá que ver cómo se desarrollan sus intenciones, pero la noticia es importante. Google acepta por fin su responsabilidad en los contenidos que difunde. Antes solo lo hacía cuando la ley le obligaba; ahora, y por primera vez, la empresa no se siente solo concernida por la ley sino por la moral. Mentir solo es ilegal en circunstancias muy determinadas y distribuir la información de que el buen Papa Francisco apoya a Trump o que Obama nació en Kenia no lleva a la cárcel a nadie, contra mi ostensible oposición y disgusto. Esta novedosa irrupción del buscador en asuntos de tipo moral puede desencadenar interesantes debates. Me pregunto, por ejemplo, qué va a hacer ahora Google con el dinero que gana –que sigue ganando– cuando lleva a sus usuarios a las páginas de prostitución y pornografía, por aludir a uno de los innumerables conflictos de moralidad dudosa y legalidad práctica. Hasta ahora la empresa ha eludido este asunto fiada en la irresponsabilidad nata de su oficio de distribuidor, en su ceguera, y solo ha reaccionado ante el taxativo mandato de la ley. Pero al trazar las líneas rojas sobre la moral y no la ley la cuestión cambia radicalmente. A Google le será difícil justificar que mientras que su algoritmo (ese maravilloso eufemismo de irresponsabilidad) lee mentiras en pseudoperiódicos, no se entera de lo que hacen algunos hombres y mujeres en sus ratos de negocio.