JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Fue entonces cuando la Teoría de Juegos, trasladada de la universidad a la política, prestó su segundo mayor servicio a la humanidad
Fue bajo la presidencia de Ronald Reagan, dos años antes de que se oyera hablar de Perestroika o de Glasnost, cuando ningún analista serio habría apostado por un desarme unilateral del imperio comunista, cuando solo en un sueño premonitorio cabía imaginar que el Muro de Berlín y el comunismo del Este de Europa fueran a derrumbarse con la década de los ochenta, cuando nadie podía saber que la URSS desaparecería a inicios de la siguiente.
Fue entonces cuando la Teoría de Juegos, trasladada de la universidad a la política mundial merced a RAND Corporation, prestó su segundo mayor servicio a la humanidad. El primero había sido la disuasión nuclear, basada en la inconcebible idea de la destrucción mutua asegurada. Por resumir: Estados Unidos convenció a la URSS de que un ataque convencional sobre territorio europeo más allá de sus países satélites sería respondido con armamento nuclear táctico. Había que ser muy hábil para hacer creíble una amenaza que, con toda seguridad, desencadenaría (dada la posesión por ambas partes de arsenales capaces de acabar varias veces con la vida en el planeta) una guerra segura de destrucción absoluta.
La forma en que Estados Unidos mantuvo el farol ha sido objeto de profundo estudio en incontables libros sobre Teoría de Juegos, disciplina consagrada a la estrategia que cuenta con un puñado de premios Nobel, que ha sido determinante en la historia de la segunda mitad del siglo XX y que, sin embargo, se resiste a la mínima comprensión de la mayor parte de los analistas. Ampliamente se ignoran sus postulados básicos y su papel en la política mundial. Vastamente se malinterpreta en librillos de psicología barata, cuyos autores se empeñan en no entender los conceptos de cooperación y deserción propios del llamado dilema del prisionero. No hay espacio aquí –ni muchas ganas, la verdad– para insistir en lo que cualquier lector curioso puede averiguar por sí mismo a poco que dé con las fuentes adecuadas. La crisis de los misiles de Cuba, mil veces contada, avala el triunfo del gran farol americano, característico del segundo juego más célebre de la teoría, después del ‘prisionero’: el ‘gallina’, también conocido como estrategia del loco o funambulismo estratégico.
Prestado ese servicio, que parecía insuperable, RAND Corporation y la Teoría de Juegos, a través de Reagan, produjo otro que solo podemos calificar de asombroso: el fin del comunismo soviético y el de la URSS. Se operó a través de otro engaño cuando el carismático actor y presidente hizo creer al mundo que iba a destinar una parte descomunal de los presupuestos de su país a desarrollar la SDI, Iniciativa de Defensa Estratégica o, popularmente, Guerra de las Galaxias. El salto en la carrera armamentística era de tal magnitud que la URSS no podía seguirlo. De ahí los gestos de desarme unilateral de Gorbachov, de ahí la transparencia y las reformas de Gorbachov, un lila.