Goteras

En plena nostalgia del enfrentamiento republicano, son los partidos el eje de la acción política. Se conciben a sí mismos como un todo. «Fuera del partido no hay salvación», y en consecuencia: «solo el poder es la base de la salvación». Considerando que no hay colectivo en la Historia que no acabara como un fin de sí mismo, las goteras en nuestro sistema están a la vista.
A las pocas fechas de la inauguración de las nuevas instalaciones del museo del Prado unas goteras obligan a la evacuación de un numero de pinturas y al cierre por unas horas del recinto. No parece que la incidencia sea de muy complicada solución y ya ha vuelto a abrir sus puertas la pinacoteca mejor de España.

Lo que parece tener muchas y más serias goteras es nuestro sistema político, que empieza a resentirse de treinta años de funcionamiento en el que se ha sacralizado mucho más a los partidos que a las instituciones. Ni siquiera la Constitución, en donde debe descansar nuestra democracia, goza del privilegio de ser llamada sagrada, sólo conocí a un político que así la declarara. Instituciones necesarias para que el sistema funcione basado en contrapoderes reales, es decir, poderes en contra de los otros poderes, para mantener un equilibrio que permita la libertad y la supervivencia de los derechos del individuo están en crisis. Pero la débil cultura liberal española no ha permitido descubrir su necesidad y menos las conculcaciones que poco a poco se iban dando.

Aquí y hoy, en plena nostalgia del enfrentamiento republicano, es el partido el centro y eje de la acción política. En este sentido es menos cínico el PNV que concibe la estructura política liberal como algo pernicioso y ajeno a lo vasco (de hecho este partido se constituyó como rechazo al liberalismo y fórmula para la recuperación de la religión y la tradición), hasta jueces tiene ese partido, y su evidente concepción totalitaria se ha dejado sentir en todos los símbolos del sistema político vasco, de hecho la organización estatutaria está hecha a su imagen y semejanza.

Pero también los otros partidos, más cínicos, o menos conscientes, se conciben a sí mismo como un todo. “Fuera del partido no hay salvación”, y de ahí, su consecuencia, “solo el poder es la base de la salvación”. Teniendo en cuenta, además, que no hay colectivo en la historia de la humanidad que no acabe convirtiéndose en un fin de sí mismo, las goteras en nuestro sistema están más que a la vista. De instrumento para servir a la sociedad a colectivo servido por la sociedad. Y así nos van las cosas. La campañas electorales, una tras otras, va descubriendo las miserias del discurso político actual salvo alguna pequeña rebeldía testimonial de origen cívico.

Son los partidos y su actividad no sólo el centro de la política, son casi el monopolio de la misma. Hace días unos jueces progres de un alto tribunal decidieron declararse en huelga (ya lo hiciera en este país un rey en jocoso comentario de Marx) por no entrar en sentencia sobre la aplicación de la ley de la banderas: en campaña electoral no hay poder judicial. Pero más serio y grave es que el Constitucional se introduzca en terrenos del Supremo y sentencie la no validez de la que éste dictara sobre dos magnates de las finanzas que se probó habían realizado una gran estafa. Queja del fiscal general y sorprendente y heterodoxa queja del Constitucional al presidente del Gobierno. Esto si que es una ducha escocesa y no una gotera.

De hecho otras instituciones de índole menor se callan, y cuando un, en otro tiempo, temido general lanza su opinión acaba fuera de la carrera. Pero cuando el presidente del gobierno empieza a defender mal la dignidad del Estado empezando por validar la figura de Aznar por la causa de haber sido elegido (Hitler también lo fue), y no por ser el presidente de España, tiene que salir el rey a interrumpir el disparate.

Y es que, los primeros ministros españoles han ido creyéndose presidentes presidencialistas de república y tomando decisiones que tensionaban de especial manera a una nación sietemesina precisamente por el interés de sus partidos en que sus instituciones no la erigiesen como tal nación. No fue Zapatero el primero, Aznar tomó una decisión grave creyéndose en la capacidad de hacerlo, creyendo que España es una nación con cuajo histórico, el ir a la guerra de Irak, con un país eminentemente antimilitarista y acrático. Y ante el embate de una agresión terrorista, en vez de que esa nación se aglutinara, quizás de una forma conservadora como ocurrió en USA o el Reino Unido, prefirió el echarle del poder a él y a su partido.

Zapatero se creyó, y se sigue creyendo, justificado el negociar con unos delincuentes atroces, poniendo en riesgo el sistema legal, y estresando profundamente a la sociedad. Estresando especialmente a la mitad de la sociedad, que no compartía su arriesgado juego de paz con los terroristas. Tan arriesgado que salió mal, precisamente por algo que no ha entendido, precisamente por mostrarse tan generoso con los terroristas, preocupado mucho más, con esos ni agua, por sus auténticos enemigos, los del PP. Estresó a media sociedad, y la crispación no surgió de las palabras de un indignado Alcaraz, sino de los datos sobre la negociación con los interlocutores necesarios y hombres de paz. También tensionó demasiado a la sociedad, a la otra mitad, gestionando un nuevo estatuto catalán sin consenso, que vista la participación habida, era más una cuestión de poder para algunos partidos que una necesidad de los catalanes. Pero en esto de la descentralización, los partidos que viven sobre el terreno, como las guerrillas antinapoleónicas sin autoridad que les rija, acabaron todos jugando al yo tanto como el vecino, en unos disparatados procesos de reforma que acabaron con el apoteósico referendo del Estatuto andaluz.

Debieran los candidatos hacer un poco de esfuerzo en preocuparse no tanto por la victoria de su partido como en poner coherencia a un sistema encharcado y con sus estructuras erosionadas y oxidadas por las goteras. No sólo por la organización territorial del estado, camino hacia los desequilibrios más abusivos, hijos de la concepción confederal que ha inspirado las recientes reformas, sino en reforzar y respetar el poder judicial y limitar los poderes de los presidentes.

Es cierto que Zapatero incluyó una legislación por la que no se puede ir a una guerra sin el acuerdo del parlamento, pero debiera incluirse también algo semejante para las reformas estatutarias que suponen mutaciones constitucionales (está pero no se ha querido ver que la reforma exigiera esas condiciones de quoruns cualificados) o para no poner a todo el país a bailar sobre un barril de pólvora: no negociar con los terroristas si no hay un acuerdo muy mayoritario del parlamento. Al fin y al cabo negociar con terrorista no es más que forzar la ley, admitir la discriminación positiva para el disfrute de unos criminales, y si piensa alguien algo semejante con la violencia llamada de género le linchan. Pero ante el terrorismo quien más o quien menos vive condicionado por él, y quizás alguien piense que con talante negociador se les puede integrar para echar a otros, demoler el oxidado edificio constitucional y crear otro a mi imagen y semejanza, que al fin y al cabo es en lo que sueña todo partido.

Eduardo Uriarte Romero, BASTAYA.ORG, 5/3/2008