Una generación sin mayores galones que su maestría en el uso de TikTok y con la que resulta imposible identificarse por su inexistente personalidad llega al Mundial a las órdenes de un entrenador tan soberbio como inflexible para aplicar un sistema caducado en una selección de filosofía progre («la Roja») y cuyo objetivo no es ganar los partidos sino demostrar una tesis más ideológica que futbolística: que España ya no existe y que el futuro es «otra cosa». Una república federal de jugadorcitos de PS4.
Esos eran mis prejuicios antes de que comenzara el Mundial y, la verdad sea dicha, sólo puedo maravillarme por la extrema precisión con la que Luis Enrique ha confirmado hasta el más absurdo de ellos.
Y como en España los errores sólo sirven para demostrar que la teoría no ha sido aplicada con la suficiente intensidad, es de prever que todos los clubes de España se obcequen ahora en fabricar clones de Pedri, Gavi, Fati y Tolili, en vetar a todos los cadetes que tengan una masa muscular capaz de soportar la embestida de una brisa de primavera y en descartar a los que sean más altos que la pelota.
Y todo ello para que la práctica totalidad de los equipos españoles, salvo el Real Madrid, ese club populista que se empeña en vivir en el siglo XXI, sean indistinguibles de una remesa de botijos sin pitorro. Frente al fútbol físico y acelerado de hoy (el de Haaland, Mbappé o Kanté), España opone imitadores sin talento de Xavi e Iniesta.
Y que inventen ellos.
Luis Enrique es esa brigada polaca de caballería, la Pomorska, que el 1 de septiembre de 1939 cargó contra los panzers alemanes con los resultados previsibles y conocidos.
En realidad, los hechos no ocurrieron exactamente así. Ni los panzers eran panzers ni hubo ninguna carga con lanzas contra unidades motorizadas ni la victoria alemana fue tan fácil como cuenta la leyenda. Pero el fracaso de la caballería polaca convenció al mundo civilizado, por si hacían falta más pruebas, de que esta era sólo una reliquia. Hoy, las unidades de «caballería» americanas combaten a lomos de tanques M1 Abrams, obuses autopropulsados y Humvees artillados. Si pusieran al mando de una de ellas a Luis Enrique, no recuperaría los caballos, sino las mulas.
A las órdenes de este Dr. Moreau futbolístico que no se ha cansado todavía de experimentar con el ADN de Messi en el cuerpo de chavales que parecen más jockeys que futbolistas se ha construido un equipito woke que todavía ayer, después de su estrepitoso ridículo frente a una selección de segundo nivel, andaba diciendo que había dominado al contrario y ganado la posesión y lamentándose por lo injusto de la derrota y todas esas chorradas que ya le dan vergüenza hasta a Guardiola. ¡Hasta a él!
Estos jugadores no han podido ganarle a Japón y Marruecos y han sido incapaces de reconocer su fracaso, de analizar el porqué o de mostrar un mínimo de orgullo de equipo, pero oyéndoles parece que el mundo les debe un Mundial porque nadie ha dado más pases que ellos. Como decía Pilar Rodríguez Losantos en Twitter, la selección española es la versión futbolística de aquello de «entre hacer lo fácil y lo correcto hemos decidido hacer lo correcto y por eso hemos sacado cero escaños».
La selección española ha ganado el Mundial de la superioridad moral. Ha jugado acosando más que mimando la pelota, no ha pegado un solo balonazo innecesario y ha jugado a conservar la posesión hasta que las puertas del cielo se abrieran para una jugada que le permitiera a nuestros enanos de jardín entrar en la portería del contrario cogidos de la mano y con la pelota en los pies cantando todos a una lo de «tot el camp és un clam som la gent blaugrana».
Eso lo hace la selección japonesa, un equipo que limpia su vestuario tras los partidos y deja grullas de origami en las taquillas, y piensas «son raros, pero es su cultura».
Pero ves a un español tirando un penalti con la fuerza justa para que la pelota llegue a la portería y te preguntas qué tipo de manipulación genética es la que le ha permitido a Luis Enrique convertir a más de veinte españoles en canadienses de los que piden la eutanasia cuando su móvil pierde el wifi.
En este Mundial, España no jugaba tanto contra el resto de los equipos como contra una idea concreta del fútbol, de la propia selección e incluso de la realidad. Luis Enrique, como otros han hecho históricamente con el socialismo, ha aplicado una idea bella a una especie equivocada. Ahora sólo queda buscarle un recambio que sostenga, muy seriamente, que si el sistema del FC Barcelona no ha triunfado en la selección 20 años después es porque se ha aplicado mal. Porque se han dado pocos pases atrás, vaya.