Iñaki Viar-Editores
Van pasando los días y perduran los efectos que la catástrofe de la Dana de Valencia en todos los directamente afectados y, también para el conjunto de españoles que sumidos en sus imágenes hemos podido conocer de la desgracia inmensa que ha supuesto.
Todos hemos visto repetidamente una secuencia de la visita de los Reyes, del Presidente de Gobierno, y del también Presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia en la localidad de Paiporta que es profundamente reveladora de la situación preocupante que vivimos en España respecto a sus instituciones y sus comportamientos.
La escena nos transmitió la desesperación y la irritación de los valencianos que se manifestaron en el recorrido que realizaron las autoridades. Todos los espectadores aquí y en otras partes del mundo, quedamos impactados. Las gentes expresaron sus emociones con gritos, llantos, improperios y lanzando pellas de barro y otros objetos. Las imágenes transmitían la inquietud y el riesgo de la situación. Los espectadores también vivimos con preocupación esas escenas que veíamos. Nos conmovía la inmensa desgracia que sufrían los habitantes de la localidad inundada, la pérdida de sus seres queridos y la incertidumbre angustiosa por los desaparecidos y la pérdida de sus bienes en una medida que es difícil de imaginar.
Pero a pesar de tanto dolor hubo algo que nos reconfortó: el paseo decidido que los Reyes de España realizaron entre aquellas gentes transidas de dolor y de desesperación que expresaban del modo que podían. No retrocedieron. Se mantuvieron en su lugar y ofrecieron a todos los que quisieron su escucha y su consuelo. No les intimidaron los gritos, ni las pellas de barro ni la tensión del momento. Siguieron escuchando y hablando, incluso abrazando, a quienes se acercaron.
Hay situaciones que alcanzan el carácter de memorables: cuando contemplamos a sujetos que son capaces de sostener su responsabilidad ante la adversidad y cumplen con su deber, es decir, realizan su función. La que les corresponde.
En esta ocasión ha sido fundamental. Hay una satisfacción tranquilizadora para los ciudadanos cuando se trata, como en este caso, de que son las personas que tienen la máxima representación de la nación quienes han protagonizado los hechos, que por su relevancia alcanzan el nivel del Acontecimiento.
Era difícil, inquietante, pero estuvieron a la altura que la situación demandaba. En situaciones así se revela el ser de los sujetos que protagonizaron estos actos. Pero el ser de los humanos no se improvisa. Se va conformando en la vida. Y es de ese ser es de lo que depende la acción que se trata.
Porque la imagen que presenta, y las formas con que se conduce un sujeto se sostienen en ese ser que aloja los principios morales, los criterios cimentados que permiten responder en las situaciones difíciles. Por ello, el Rey y la Reina fueron capaces de mantener su semblante -que se sostiene en esas vigas morales- cuando hacía falta. Es decir: hacer lo que hay que hacer. Y no escabullirse.
Los Reyes de España podían lucir como dignas condecoraciones las pellas de barro que les impusieron en sus rostros y sus ropas. Porque con su acto han defendido al Estado de Derecho que constituye la España democrática. Y todos nuestros derechos.
Cuando pase el tiempo, sobre la raya que señala la altura que alcanzó la riada, se podrá ver imaginariamente la raya que alcanzó la dignidad de los Reyes que allí estuvieron.
12 de Noviembre de 2024 Iñaki Viar Echevarría