JON JUARISTI-ABC

O de cómo la enseñanza progresista destruye la lengua

CREO que el ministro portavoz pierde el tiempo corrigiendo las tonterías de la portavoza podemita. La avería es irreparable. No sólo la avería del coco de dicha portavoza, sino la de la inmensa mayoría de los cocos de sus votantes. De ello tiene la culpa el sistema educativo, y en primer lugar la enseñanza pública, desde la infantil hasta la superior, que ha producido la peor catástrofe mental de la Historia de España desde que la derecha consintió en dejarla en manos de la progresía, e impulsar una educación privada que tampoco es que haya mejorado el panorama, porque el profesorado de la privada se nutre en buena parte de los rebotados de la pública, de modo que los estudiantes españoles, vengan de la pública o de la privada y con honrosas excepciones, siguen a la cola de sus coleguillas europeos, que andan ya por detrás de los asiáticos. Así es la vida. Por motivos perfectamente conocidos y estudiados, la derecha se apartó horrorizada del principio de la enseñanza como instrucción, alarmada ante la secularización de los saberes que trajo consigo el liberalismo, y optó por la educación en valores, sea eso lo que sea. La izquierda, mucho más vaga y estúpida, utilizó la escuela y la universidad publica para rebatir los valores de la derecha, no para enseñar algo de fuste, como decíamos en Bilbao.

¿Qué debería hacer entonces el ministro Méndez de Vigo? Me temo que muy poca cosa. La enseñanza pública está transferida a las autonomías, lo que impide que su ministerio tenga posibilidad alguna de reformar el sistema. Tampoco es que los gobiernos autónomos puedan hacer algo más que pagar sueldos e infraestructuras. Todo intento, por modesto que sea, de introducir experiencias piloto (odio esta lengua de madera, pero es la única común a la administración y a los administrados) para recuperar la función instructiva de la enseñanza pública se verá furiosamente impugnado por los defensores de la nivelación a la baja. Es lo que ha sucedido, sin ir más lejos, en la Comunidad de Madrid con el bachillerato de excelencia que hace algunos años promovió el todavía gobierno de Esperanza Aguirre.

En esta situación no se me ocurre qué podría hacer el ministro Méndez de Vigo, pero sí sé lo que no debería hacer, y es empeñarse en enmendar las mamarrachadas lingüísticas, por calificarlas de alguna forma, de Irene Montero. La portavoza no sirve para otra cosa que para hacerse visible y, sobre todo, audible. La audibilidad que persigue no parece tener otra finalidad que conferirle visibilidad, porque lo que dice oscila entre la inanidad de los clichés comunistas («los buitres financieros», por ejemplo, que es uno de los últimos) y la coprolalia: le encanta soltar expresiones excrementicias, más o menos metafóricas. No rebasa demasiado la retórica guarra de guardería, la de «pis,caca, culo», pero por lo menos no incurre en la pornolalia de un Echenique (valga la redundancia). ¿Qué se le ha perdido a Méndez de Vigo en esta historia? ¿Qué pretende hacer? ¿Dar lecciones de gramática desde su escaño? ¿Hacer chistes? Debería echarse a llorar.

Y termino. Sólo los maleados por la escuela, es decir, por educadores progres, vagos, pedantes y semicultos, se atreven a ciscarse en la gramática. Los españoles de cuando había España podían ser analfabetos y soltar vocablos vulgares e incorrectos desde el punto de vista de los Méndez de Vigo de su tiempo, pero no cometían errores gramaticales. Desde el punto de vista de la lengua, el Sancho Panza de Cervantes, cuyo castellano está tomado de la realidad lingüística manchega, era mucho más competente que las a las que no se les enseñó gramática para ahorrarles sufrimientos.