En España la Fiesta Nacional ha logrado convertirse en una rareza difusa. Por momentos podría parecer que ni siquiera hay Fiesta Nacional, pero solo hasta que estallan los abucheos y las pitadas, demostrando que, a pesar de todo, el alma de la nación, el genio del pueblo está en plena forma.
Menos mal que nos quedan las pitadas y abucheos. De no ser por eso, qué poco espíritu nacional habría el 12 de octubre. Pero los abucheos y los insultos atrabiliarios contra el presidente, que se repiten de oficio año tras año, eso sí que confiere al día de la Fiesta Nacional un genuino talante español, bastante más genuino que la tediosa parada militar que, salvo en países con verdadera afición como Rusia o Francia, se ha convertido en una rareza anacrónica a la que ya solo se recurre para sacar músculo del poder militar, como acaba de hacer Kim Jong-il en Corea del Norte al presentar a su heredero dinástico de tercera generación. Más que un desfile, resultaría preferible una fiesta nacional de conciertos sinfónicos o intercambiándose libros y rosas o con banquetes tradicionales. Pero en fin, tampoco está mal abuchear e insultar al presidente para festejar al menos el día con lo más auténtico del alma nacional, ese cromosoma feraz del ADN español.
La Fiesta Nacional en España, por razones obvias, tiene que celebrarse bajo la sombra de alguna bronca. Es el alma de la nación, el genio del pueblo. Conservadores, izquierdistas o nacionalistas, todos llevan mal el día de la patria, aunque solo se trate de conmemorar ‘la tierra de los padres’. Los conservadores viven el 12 de Octubre con el pesimismo irredento de estar ante un lento funeral de Estado, descorazonados porque España se rompe y denunciando la clandestinidad de la Fiesta Nacional, sin que les resulte raro calificar de clandestino un desfile de tres mil soldados en el centro de Madrid en presencia del Rey; la izquierda lo celebra con su displicente ambigüedad y su patológica incomodidad infantil con los símbolos nacionales, ante los que prefieren no levantarse salvo cuando juega ‘La Roja’ y por supuesto solo si gana; los nacionalistas agitan su malestar perpetuo, siempre dispuestos a alguna demostración histriónica como apoyar a los equipos que se enfrentan a la selección de fútbol o preferir que el premio Nobel vaya a un poeta uzbeko o un dramaturgo neozelandés antes que a la literatura en español� y los demás, claro, se protegen con la indiferencia ante un día con ese mal rollo.
España no sería España si la cosa fuese sencillamente normal. Tampoco es que en otros países la Fiesta Nacional se experimente como una epifanía de esplendor espiritual o como un akelarre siniestro para convocar todos los demonios de la Historia, pero en España la Fiesta Nacional ha logrado convertirse en una rareza difusa. Por momentos podría parecer que ni siquiera hay Fiesta Nacional, pero solo hasta que estallan los abucheos y las pitadas para demostrar que, a pesar de todo, el verdadero espíritu nacional está en plena forma.
Teodoro León Gros, EL CORREO, 13/10/2010