Tenía uno escrito que este Sánchez todo lo que toca lo emputece. Por razones que comprenderán si continúan leyendo cambiaré el verbo por un sinónimo: todo lo que toca lo envilece. Así venía yo pensando acerca del titular del Interior, aunque algunos otros ministros venían ya envilecidos de antes. Pongamos que hablo de Lola Delgado, la ministra sorprendentemente nombrada fiscal general, después de haber sido reprobada en tres ocasiones por el Congreso como ministra de Justicia. Eso es un hat trick y no los de Messi.
Vayamos por orden. He descubierto muy recientemente la coquetería onomástica del Poncio mayor, que lo llevó a tunearse aparatosamente el apellido. Si uno lo busca en la web de La Moncloa lo encontrará como Fernando Grande-Marlaska Gómez. Fake. Su padre, policía municipal, fallecido hace años, se llamaba Avelino Grande y su madre también fallecida, Angela Marlasca Gómez, por lo que en su nombre sobran el guión, la k y el segundo apellido de su madre que él lo arrastra como si fuera su segundo. Segundo Gómez. Un antiguo dirigente nacionalista, ilustre corsetero de Bilbao, se llamaba Sabin Zubiri Sánchez y ocultaba con celo su segundo apellido. Sus paisanos de Abadiano, que tenían mucha retranca, lo bautizaron como Segundo Sánchez, mote que se le quedó para los restos.
Yo lo tuve por gran juez, aunque mi camarada Marraco le había visto el plumero ya entonces. Su descenso ha sido espectacular. Tarde o temprano, Sánchez lo dejará caer como un peso muerto y la Justicia le hará al doctor Fake el mismo reproche que Don Luis Mejía a Don Juan Tenorio a propósito de Doña Inés: “imposible lo habéis dejado para vos y para mí”. Pero vamos con Lola Delgado, que venía así de casa. Ella asistió a la histórica cena de Andújar el 6 de febrero de 2009, en la que el entonces juez Garzón tejió la trama Gürtel con el entonces ministro de Justicia de ZP, Fdez. Bermejo. Aquel mismo año, en octubre, compartió mesa y grabación con Garzón y Villarejo, donde descalificó a Grande Marlasca con un lapidario “ese es maricón”, lo que demuestra, no solo la homofobia de la pájara, sino su capacidad para descubrir Mediterráneos: Fernando Grande llevaba ya cuatro años casado con su marido, Gorka Arotz.
El caso es que la fiscal general daba ayer tres puñaladas al Estado de Derecho: pedir el archivo de la causa contra el delegado del Sanchismo en Madrid por autorizar la mani del 8-M, rebajarle el tipo penal a Trapero para que pueda eludir la cárcel y ordenar a la Fiscalía del Supremo investigar al rey Emérito por fraude y blanqueo.
Unos jueces amenazan nuestra civilización aunque se lleven a matar (Grande y Delgado) y otros forman el pelotón spengleriano que la salva: digamos Carmen Rodríguez-Medel (aquí sí hay guión), que ha rechazado el archivo de la causa contra José Manuel Franco. Lo de Trapero será un detallito del jefe para sus socios del golpismo catalán y lo del emérito quizá peque de algo precipitado. Tal vez debió considerarse que es inimputable hasta el día de su abdicación. Puede que habría sido prudente consultar al Tribunal Constitucional.
Lo que sí se nota es que Grande y Delgado no son adjetivos contradictorios. Como diría su jefe, el doctor Asintáctico, son complementarios.