ESPERANZA AGUIRRE, ABC 25/02/13
· Si el consenso sirvió para resolver un problema tan peliagudo como la elaboración de la Constitución y para restaurar la democracia, ¿por qué no puede servir para sacar a España del atolladero de la crisis económica en la que estamos metidos ahora?.
Ala muerte de Franco los españoles, todos los españoles, fueron conscientes de que había llegado la hora de acabar con esa especie de maldición que parecía pender sobre nuestra Patria y que había hecho que durante demasiados años la Historia de España, llena de enfrentamientos fraticidas, fuera la historia de una anomalía si se la comparaba con los países de nuestro entorno. Esa voluntad colectiva de normalizar nuestra vida en común la supieron hacer suya todas las fuerzas políticas de la Transición para elaborar una Constitución, que, por primera vez en la larga historia de las constituciones españolas, buscó el consenso más amplio posible.
Se ha dicho muchas veces, y se dice siempre con admiración y agradecimiento hacia los políticos de aquellos años, que en la elaboración de la Constitución de 1978, nuestra Constitución, todos los grupos políticos cedieron para que todos se encontraran a gusto dentro del marco que aquel texto delimitaba. Los republicanos aceptaron la Monarquía parlamentaria. Los centralistas a ultranza, el Estado de las Autonomías. Los laicos radicales, el reconocimiento de un papel especial para la Iglesia Católica. Los más reticentes ante el excesivo intervencionismo del Estado, la definición de España como Estado social. Y los más intervencionistas, el reconocimiento de la economía de mercado. Nadie salió ganando para que ganáramos todos.
Gracias a esa generosidad de todos, hoy tenemos un marco constitucional que salvaguarda los derechos y libertades de todos y que permite el desarrollo de las legítimas aspiraciones de todos. Y aquella generosidad sigue siendo un modelo para otros países y sigue suscitando hoy nuestra admiración.
El consenso fue la palabra clave y hay muchas razones para considerarla así. Y, desde luego, no existe la menor duda de que, si en algún momento se quiere reformar la Constitución –y mucho más si se quisiera abrir un periodo constituyente–, será imprescindible tener antes asegurada una voluntad de consenso tan fuerte, por lo menos, como la que respiraban los españoles de la Transición.
Esa admiración hacia el consenso de aquellos años se convierte, con mucha frecuencia, en nostalgia, en añoranza y en la consideración de que el consenso puede ser la solución de cualquier problema que se nos plantee en nuestra vida en común. Si el consenso sirvió para resolver un problema tan peliagudo como la elaboración de la Constitución y para restaurar la democracia, ¿por qué no puede servir para sacar a España del atolladero de la crisis económica en la que estamos metidos ahora?
Son bastantes las voces que se oyen en ese sentido. Pero no debemos perder la perspectiva. El consenso fue imprescindible, como se demostró en 1978, para elaborar la Constitución, y lo será cuando se quiera abordar alguna modificación o reforma sustancial en ella. Ahora bien, a la hora de tomar decisiones políticas dentro del marco constitucional no es necesaria la unanimidad de todos los partidos. Las medidas para luchar contra la crisis o las reformas de aquellos aspectos de nuestra organización socioeconómica que haya que afrontar son responsabilidad del gobierno que los ciudadanos eligen en una democracia.
Y no solamente no es malo que haya alternativas diferentes, sino que es lo más sano y positivo porque así los ciudadanos pueden decidir con sus votos. Incluso pueden equivocarse, como se equivocaron en 2008 cuando dieron su voto a Zapatero, que les prometía pleno empleo cuando ya la crisis era una realidad incontestable. Cuando en 2011 votaron masivamente al Partido Popular lo hicieron para que aplicara sus propuestas, que son muy distintas de las socialistas.
Claro que el Gobierno puede llegar a acuerdos concretos para algunas materias con sindicatos, patronales y otros partidos políticos, pero en una democracia el gobierno gobierna según sus principios y valores, y la oposición critica y propone alternativas, según los suyos. Y no hay que escandalizarse porque exi st an diferentes propuestas para solucionar los problemas, sino todo lo contrario.
Eso sí, cuando se vive en una situación tan difícil como la actual, hay que recordar constantemente que el objetivo de todos los políticos es el mismo: aumentar las oportunidades y el bienestar de todos los españoles. Y que lo que nos separa son los medios que queremos poner para conseguirlo. Por tanto, unidos por ese deseo común de encontrar lo mejor para los ciudadanos y aunque discrepemos en los medios, debemos evitar los infundios, la crispación y la agresividad y mantener siempre los buenos modales, porque los ciudadanos nos lo agradecerán.
ESPERANZA AGUIRRE, ABC 25/02/13