FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • El documental ‘Las buenas sombras’ habla de una época, ayer mismo, en la que algunos, para ser ciudadanos “normales”, necesitaron la abnegación de escoltas tan valientes como discretos

Cuando yo era joven, oía decir que de bien nacidos es ser agradecidos. Me parece que hoy ya nadie se atreve a comprometerse tanto… Por eso me gusta la iniciativa de la Fundación Miguel Ángel Blanco que recuerda en un documental a los escoltas, esas sombras bienhechoras que protegieron las vidas de muchos miles de españoles durante décadas, permitiendo que fuesen a sus trabajos, a sus amores, a sus citas con el arte o el deporte. Y que criaran a sus hijos y convivieran con sus familias con relativa tranquilidad. Mientras amparaban esas existencias pacíficas, arriesgaban la suya. No fueron pocos los que padecieron en sus carnes o incluso pagaron con su vida ese servicio a los amenazados por orates del bestialismo político que contaban (¡y cuentan!) con amplias simpatías en las fosas sépticas de este país. Esos sacrificios no fueron demasiado valorados: siempre el asesinado era tal diputado o tal concejal, con nombres, apellidos, títulos, méritos… “y su escolta o escoltas”, una especie de apéndice triste pero anónimo, como el vehículo incendiado por la bomba lapa. Recuperar sus rostros y sus historias era una deuda pendiente, ahora en parte saldada.

El documental se titula Las buenas sombras y ha sido escrito y sobriamente dirigido por Felipe Hernández Cava. Informa sin aspavientos, pero sugiere aún más de lo que dice. No pertenece a la moda glamurosa de los relatos empáticos que tanto gustan a los melindrosos (por cierto, según varios psicólogos, el gremio con mayores recursos de empatía por exigencias del empleo son los estafadores). Habla de una época, ayer mismo, en la que algunos, para ser ciudadanos “normales”, necesitaron la abnegación de profesionales tan valientes como discretos. Fui uno de los protegidos y no quiero que se les olvide. Los otros, los enemigos, están en el Parlamento.