Grave verano

EL MUNDO 20/07/17
ARCADI ESPADA

ENTRE las cosas que creo haber comprendido perfectamente está la necesidad del endurecimiento del discurso público antimachista. Hay algunos ejemplos últimos muy reveladores, para decirlo en analógico. La Vuelta ciclista a España ya no tendrá besos ni Rubén: «Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,/y bajo los pórticos, vense sus rostros de rosa;/y la más hermosa/sonríe al más fiero de los vencedores». En Ibiza, ¡en Ibiza!, han prohibido fotografiar a las mujeres por detrás. Hizo bien Ferran Adrià en dejar el mundo y dedicarse a la vida virtual. Los ecologistas le impideron refundar El Bulli y las ecologistas censuran ahora sus anuncios. A todo esto se suma una instrucción de fondo, publicitada por círculos feministas cada vez más concéntricos: los hombres deben dejar de mirar a las mujeres por las calles. A la instrucción le encuentro problemas técnicos, aunque quizá pudieran solucionarse con una suerte de burka inverso. Sea como fuere la instrucción es adecuada. Porque lo cierto es que las mujeres deben ser protegidas. Nunca como en este verano, con el triunfo abrasador del pantaloncito demi-fesse (uno de esos artefactos que cumplen maravillosamente la descripción, según Barthes, de la seducción: un movimiento de aparición/desaparición), se ha hecho esta protección necesaria. Alguien objetará incongruencia: cómo esas mujeres que siempre hablan en nombre de todas las mujeres se empeñan en controlar los estragos que solo causan determinadas mujeres.

La respuesta está en el documento que el diario La Vanguardia publicó hace días sobre la portavoz Irene Montero. La entrega constaba de dos partes. Alguien que no recuerdo la entrevistaba sobre el constructo del amor romántico y ella reaccionaba contranatura con la vaselina de la cultura heteropatriarcal. Aunque, justo es decirlo, anunciaba contradicciones. Estas se manifestaban acto seguido en el vídeo que la peligrosísima Joana Bonet le filmaba y donde la chica Montero cautiva a la audiencia con una exuberante serie de mohínes muy graciosos y femeninos, inesperadamente resueltos con un turbador, subversivo y hetereopatriarcal manspreading.

He estado meditando por las calles sobre qué actitud tomar ante esta desconcertante actitud de las mujeres que tan bien simboliza la portavoz. Y creo que voy a hacer como Xavier Domènech, un podémico catalán. Acabo de verlo en un vídeo grabado en el Congreso. Mientras Irene Montero está hablando con solemnidad y trascendencia sobre la nueva relación con el Psoe, él va mascando chicle con una gran serenidad. Sí, es lo adecuado, y así voy a hacerlo.