Eduardo Uriarte. Editores

Hace años, enterrada la época del social-liberalismo de González en el PSOE, descubrí que la única analogía histórica aplicable a Rodríguez Zapatero sólo podía ser Fernando VII. Lo traje a mi análisis político más por el desastre que iba acumulando y la herencia desastrosa que apilaba que por cierto parecido en lo personal, pues al fin y al cabo ZP tuvo la honradez de demitir cuando le convencieron del daño que estaba haciendo. Ello desdecía su frase, que creyó ejemplarizante, “cualquiera puede llegar a ser presidente en España”, que, aunque cierta, hubiera tenido que añadir “imprudentes abstenerse”, pues acabamos defenestrados. Sin embargo, vino alguien peor, mediante una moción de censura nada constructiva. Llegó Sánchez, personaje sin conciencia del mal ni de la mentira, incidiendo en la frase de ZP, en el sentido de demostrar que en España cualquiera puede llegar a presidente aun siendo peor que el anterior.

Sánchez se parece mucho más al rey felón, pues coinciden en que sólo le interesa, en un narcisismo que supera la parodia (serie televisiva en ciernes para culto a su personalidad), el poder por el poder. Como aquel, también, conspira contra su padre, pues revisa todo el legado de González. Sánchez ha estado a punto, por no poner en riesgo el apoyo de Podemos, de situarse de perfil ante la invasión rusa de Ucrania, rechazando aportar armas para su defensa, como Fernando acordando en su día unilateralmente la paz con Napoleón para garantizarse la sucesión a la Corona, aún al coste de dejar a España aislada de la política europea  acordadada en el Congreso de Viena, convirtiendo a nuestro país en un juguete de las potencias europeas. De haber desertado del aprovisionamiento militar a Ucrania Sánchez hubiera dado por cerrado el aislacionismo geopolítico que iniciara ZP con la abrupta retirada de las tropas españolas de Irak. Grandes felones.

No creo que el discurso de inspiración churchiliana de Borrell, aunque le mellara, le hiciera a Sánchez retractarse, al fin y al cabo en su concepción de la realidad y del mundo, que empieza y acaba en su partido, Borrell no es más que un subordinado. Ha tenido que existir amenazantes llamadas telefónicas -de las que no es capaz de mostrar en el telediario- como le ocurriera a ZP. Y así, de la noche a la mañana, acabamos mandando algún armamento al país invadido por Rusia. Aunque tarde, lo que notó todo el mundo, el Gobierno de España se alinió con los gobiernos europeos.

Gobiernos, los de la UE, que esperemos sean conscientes del reto de unidad al que se enfrentan. Unidad en políticas económicas, empezando por la energética y traspasando a la geoestratégica y militar, conscientes de que USA, aliado necesario, juega su propia política geoestratégica, acentuada  en los últimos tiempos con fracasos político-militares determinantes como la guerra de Irak o la intervención y posterior desbandada en Afganistán. Partiendo del rechazo absoluto a la invasión rusa de Ucrania no hay que obviar que ésta no es ajena, como bien explica la profesora Milosevich, al trato despreciativo que el coloso americano ha ido dispensando a Rusia desde la caída de la URSS.

Necesitamos Europa y en ella una España con voz propia, que no acuda sólo cual miserable de La Busca a por la sopa boba. Necesitamos estar en Europa con una economía con planes de saneamiento, una política energética realista y no enajenadamente ecologista, una aportación agropecuaria negociada, y una solidaridad e interés mutuo hacia el Sur, cuando el Norte acaba suponiéndonos financiar la amenaza militar. Pero para esto sobran los felones, sea izquierdistas o activistas nostálgicos, Hace falta cambios que empiezan en España por lo político.

Porque a Europa, ni a ninguna parte, se puede ir con un Gobierno parcialmente empático con Rusia, antieuropeo y defensor del derecho de autodeterminación de las nacionalidades españolas. Porque tales autodeterminaciones son un problema para Europa. Ni ir siempre como demandante de ayuda financiera con fama de derrochador y pacato en la aportación militar. Si seguimos de perfil, si seguimos con un Gobierno parcialmente prorruso y bolivariano, no esperemos apoyos y, aún menos, protagonismo.

A lo largo de lo que escribo, que yo sepa, en todo lo comentado, Vox no es el problema. Podrá parecernos a algunos el germen de una posible amenaza ultraderechista, pero hay que saber muy poco de teoría política y asumir la intoxicación propagandística, para considerarlo hoy por hoy un movimiento fascista. A estas alturas del comportamiento contra Vox descubro que el convencimiento de la izquierda de que nosotros no podemos ser fascistas nos puede convertir en tales (esto pasó en ETA). Porque unas fuerzas, las del Gobierno y sus aliados (provenientes unos del terrorismo y otros de la sedición), que suma más actos de inconstitucionalidad que cualquier Gobierno anterior, y más decretos leyes que todos los anteriores, debiera mostrar sosiego a la hora de calificar a Vox como una amenaza antidemocrática, cuando los inconstitucionales son los acusadores. No hay más que observar el dictamen del Constitucional ante las aberrantes limitaciones que el Parlamento vasco impuso a Vox, como para observar con preocupación los tics fascistas en los que acusan a Vox de fascistas. Existe más legitimidad el acuerdo PP-Vox en Castilla-León que en el consorcio Frankenstein.

Sin embargo, todo este párrafo anterior sería innecesario si el felón, justificado su cambio opinión en la extraordinaria situación que padecemos por la guerra (que ya lo pudo hacer ente la pandemia en vez de ir a saco a por Ayuso) aceptara la mano de Feijóo y concertaran unos principios fundamentales de comportamiento y gobierno cara al futuro, partiendo del marco constitucional establecido. Porque acceder a la política democrática enarbolando el sectarismo y la ruptura, es decir, el No es No, constituye el origen de nuestros graves problemas.