EL CONFIDENCIAL 01/07/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
Escribo sin conocimiento de las conclusiones de la reunión urgente de los ministros de finanzas de la eurozona que tenía que valorar la última propuesta de Tsipras: un tercer rescate en cuya negociación no debería participar el Fondo Monetario Internacional. El Gobierno griego, previsiblemente, tampoco habrá devuelto al FMI los 1.600 millones que tendrían que ingresarse antes de las 24 horas del martes 30 de junio. Entre tanto, la UE ha hecho una significativa contraoferta a Atenas: mayor holgura en los tipos del IVA aplicables al sector turístico, un plan de inversiones de 35.000 millones y un compromiso de reestructuración de la deuda griega que se abordaría en otoño.
Estos movimientos se producen a caballo de una doble argumentación. Según Tsipras, Grecia no abandonará en ningún caso el euro y se opondrá a su eventual expulsión ante el Tribunal Europeo de Justicia, y, por otra parte, Jean-Claude Juncker ha sentenciado que el “no” en el referéndum del domingo será una negativa al euro y la propia Unión Europea. La partida final (se decida lo que se decida de aquí al domingo todo será provisional) se dilucida en el plebiscito del día 5 que, posiblemente, ganará Tsipras porque lo ha planteado a la opinión pública griega no como un rechazo a la UE sino como una baza negociadora más. No hay tiempo para más campaña que la de hacer apelaciones muy básicas, muchas de ellas emocionales. De una parte y de otra.
Grecia va ganado este pulso porque ha optado por una estrategia de máxima movilidad, de fe en el euro pero con una clara abominación política del FMI
El comportamiento de Tsipras y de su Gobierno responde a la lógica de la desesperación. Según la celebérrima frase de Thomas Fuller nunca ha sido más cierto que “la desesperación infunde valor al cobarde”. O al pobre que nada tiene que perder en su miseria. Esa la gran baza de Tsipras: sabe que su país no puede ser expulsado del euro, que su economía no da más de sí y, sobre todo, que la Unión Europea, por razones económicas, de lógica fundacional y geoestratégicas, no puede permitirse sin gravísimo daño para la comunidad de Estados asociados, lanzar al averno a Atenas.
Pero hay más variables en el órdago de Tsipras. Y no es la menos importante las amplias bolsas de ciudadanos griegos –quizás mayoritarias- y de otros países que desean fervientemente que la troika sea derrotada –especialmente el FMI- en este pulso. A Syriza no le ha importado en absoluto que la convocatoria del referéndum haya sido apoyada por los filonazis de Amanecer Dorado y los ultranacionalistas, como no le debe importar nada en absoluto que los populismos europeos –desde el Frente Nacional francés a la UKIP británica- observen con complacencia esta situación crítica. En España, la correspondencia con las ideas y propuesta de Podemos hacen que en nuestro país, la causa griega que comanda Tsipras recabe muchas simpatías.
Hay una izquierda, que académicamente encabezan los economistas Krugman y Stiglitz, que confía en que el Gobierno de Syriza haga palanca en la Unión para quebrar o lesionar irreversiblemente las políticas de austeridad y denominadas “neoliberales” que han anulado las opciones izquierdistas de salida de la crisis. El lenguaje hiriente, descalificador, prácticamente insultante, con el que algunos dirigentes políticos de Podemos se refieren a la clase dirigente de la UE –se le califica de nazi y de mafiosa- conecta con la hipótesis de que una nueva izquierda europea basada en movimientos populares emerja en sustitución de la dócil –así es considerada- socialdemocracia alemana, italiana, francesa y española sometida al liberalismo centroderechista de Merkel.
Hay una izquierda que confía en que el Gobierno de Syriza haga palanca en la Unión para quebrar o lesionar irreversiblemente las políticas de austeridad
La relativa estabilidad de los mercados –ayer Cinco Días titulaba en su portada con mucha corrección analítica que hay “miedo” pero no “pánico”– remite a la convicción larvada de que, después de todo, terminará por urdirse un acuerdo, venza él sí o venza el no, porque en el caso de que los griegos opten por el sí, Tsipras convocaría unas nuevas elecciones que Syriza ganaría, seguramente, con más ventaja que en enero pasado.
Este análisis está escrito a la contra, es decir, observando la crisis desde una perspectiva diferente a la céntrica de Europa. Y vista, también, desde España en donde el presidente del Gobierno se debate en serias dudas sobre cuál debe ser su hoja de ruta: aprovechar las penalidades griegas para descalificar a Podemos y de rebote al PSOE, arriesgarse a cantar victoria sobre la solidez macroeconómica de España que sí ha hecho sus deberes (la crisis puede voltear más los datos hasta ahora positivos como el índice bursátil o la prima de riesgo), acortar la legislatura y convocar elecciones para septiembre u octubre y presentar o no –con semejante volatilidad- los presupuestos generales para 2016 en lo que sería según la oposición el primer “mitin electoral”.
Grecia va ganado este pulso porque –además- ha optado por una estrategia de máxima movilidad, de constantes ofertas y contraofertas, de fe en el euro pero con abominación política del FMI (¡Qué buen punto populista éste de satanizar al Fondo Monetario Internacional!). Rusia, mientras tanto, vigila y Obama vigila a Putin y a Merkel porque el flanco oriental de la Unión Europea se abre en canal y la vieja Grecia apuesta por una política bolivariana de democracia con colas en los cajeros y en las gasolineras que muestra la determinación que los pobres oponen a la adversidad. Tengan o no tengan razón. Estamos hablando de economía, pero en el fondo y sobre todo, de política y de ideología. El propósito es que bese la lona la hegemonía de los mercados. Y esa es una causa que resulta un atractivo banderín de enganche no sólo para millones de griegos, sino también para millones y millones de otros europeos.