Gorka Angulo-El Correo
- Los herederos de quienes aplaudieron el crimen tocan la memoria
El asesinato de Gregorio Ordóñez me sorprendió hace 30 años leyendo la noticia sobreimpresionada en la pantalla de la televisión como un flash informativo. Mi primera reacción fue de incredulidad, porque cuarenta y tres horas antes había estado con él en Portugalete, donde participó en un acto de las juventudes del PP que yo cubría para un medio local. Recuerdo su optimismo inquebrantable después de que el PP hubiera ganado en la capital guipuzcoana las elecciones europeas y vascas de 1994. ¿Qué tenía Ordóñez que no dejaba indiferente a nadie?
En primer lugar, una personalidad arrolladora con la que te ganaba desde el primer saludo. Su autenticidad, mezcla de transparencia y honestidad, le hacían ganarse a la gente desde el minuto uno. En segundo, sus dotes de comunicador le hacían capaz de generar titulares desde primera hora de la mañana, lo que le situaba entre las principales noticias del día. Y en tercer lugar, su proyecto político, que empezaba por un modelo de ciudad y de partido siempre al servicio de los ciudadanos. Los resultados electorales en 1983, 1987 y 1991 le hicieron imprescindible en los sudokus que salían de las urnas a la hora de articular mayorías de Gobierno local. Entre 1983 y 1995 gobernó la ciudad con alcaldes del PNV, Eusko Alkartasuna y PSE-EE.
Esos pactos a la italiana, esa transversalidad variable y su inagotable capacidad de trabajo le hicieron llegar a sus conciudadanos, entre los que se decía: «Si tienes un problema en el Ayuntamiento, Ordóñez te lo soluciona». A las siete de la mañana la luz de su despacho era la primera que se encendía dentro del Consistorio donostiarra. En 1983, Gregorio, con 24 años, sin apellido donostiarra ilustre, sin experiencia política, encabezó en Donostia una candidatura de aquella sopa de letras llamada Coalición Popular (CP) con 30 nombres, de los que 29 eran de militantes de Alianza Popular. La lista estaba reforzada en los últimos puestos con afiliados foráneos entre los que destacaban la hoy diputada del PP por Alicante, Macarena Montesinos, su madre y un hermano. Su madre, Dolores de Miguel, profesora de enseñanzas medias, tenía previsto pedir el traslado a San Sebastián para ser concejala si había alguna dimisión entre los tres ediles elegidos. La solidaridad de la familia Montesinos de Miguel comenzó años antes cuando ayudaron a establecerse en Alicante a dos viudas de afiliados de AP asesinados por ETA.
La dictadura de ETA logró que los hijos de algunos del PNV se hicieran del PP
Ordóñez era el candidato de un partido con apenas tres docenas de personas disponibles. En los comicios locales de 1979, UCD no logró presentar ni una sola lista con sus siglas en Gipuzkoa, después de haber obtenido un mes antes 50.551 votos y un diputado. En 1983, CP solo pudo presentar listas en San Sebastián, Irún y Zumarraga. El miedo por el pistolerismo abertzale fue asimétrico en Euskadi alimentando un ‘Gerrymandering’ que perjudicó solo a los partidos constitucionalistas.
El asesinato de Gregorio Ordóñez inauguró la ‘solución final’ que la trama civil de ETA planteó como respuesta al final del mito de la invencibilidad de la banda terrorista, tras la caída de su cúpula en Bidart en 1992. El crimen tuvo una respuesta firme en su partido diametralmente opuesta a la de UCD y AP en los años 80. En 1995 hubo elecciones municipales, pero las retiradas de las listas del PP vasco fueron contadas tras los atentados contra Ordóñez y Aznar. Ese año la organización provincial del PP que más creció en España fue la vizcaína con un 48,2%.
Tengo la teoría de que la dictadura de Franco impulsó a que los hijos de muchos del PNV se hicieran de ETA, pero que la dictadura de ETA consiguió que los hijos de algunos del PNV se hicieran del PP, como ocurrió tras los asesinatos de Ordóñez y otros cargos del PP.
Hoy recordamos a Gregorio Ordóñez por la memoria de su viuda, su hermana y su partido. Pero 30 años después algo sigue igual: el pleno del Ayuntamiento de San Sebastián puede condenar por unanimidad a los GAL, pero no a ETA. Los herederos de los que aplaudieron el asesinato de Ordóñez y de otras 852 personas, Bildu, están en manos de Sortu, en cuya ejecutiva mandan exetarras, sin pistolas, pero con las mismas ideas y odio, aunque imiten al Sinn Féin o nos vendan el producto en colorines.
Ahora nos tocan la convivencia y la memoria. Y la convivencia sería no lo que nos proponen Bildu-Sortu, a los que parece que se les ha regalado el carnet de demócrata sin condenar su pasado terrorista. Convivencia es una verdadera libertad que borre el miedo asimétrico aún presente, con una memoria sin relatos con ‘Síndrome de Vichy’, como apunta el historiador Luis Castells, o con la teoría del conflicto, con dos bandos y repartiendo culpas a cazos, como en un concurso de marmitako.