LA RAZÓN 25/01/17 (Pub.25/01/17)
GORKA MANEIRO
Hoy que escribo estas breves pero sentidas líneas se cumplen 22 años del asesinato de Gregorio Ordóñez por la banda terrorista ETA en San Sebastián. 22 años ya. Gregorio, al que yo solía observar con una mezcla de admiración y sorpresa y al que tenía por un señor mayor, tenía apenas 35 años cuando lo asesinaron. Ya saben, de niños nos parecen viejos hasta los chavales jóvenes.
Hoy tengo 42 años y sigo recordando perfectamente el momento en que me enteré de su muerte: volvía a casa, llamé a la puerta y me abrió mi madre, con lágrimas en los ojos:
– ¿Qué ha pasado?
– Lo han matado.
– ¿A quién han matado?
– Han matado a Gregorio Ordóñez. Pobre. No hay derecho, no hay derecho….
Escupí una retahíla de insultos y descalificaciones varias y tacos diversos dedicados a esa banda de indeseables que nos amargó tanto la vida durante tantos años, al menos a quienes supimos mantener la dignidad dos escalones por encima del miedo y fuimos sensibles a lo que les hacían a otros y, por tanto, nos lo hacían a cada uno de nosotros.
Ni yo era del PP, ni votaba al PP. Al menos hasta que los asesinatos nos obligaron a adquirir un compromiso mayor y optamos a veces por votar a quienes estaban siendo exterminados, más allá de las diferencias que no eran tales cuando se trataba de defender la vida frente a la muerte.
Es posible que Gregorio fuera de derechas y asumiera postulados o ideas políticas que yo no compartía. Aquello no era relevante. En aquella época se trataba de defender la libertad y la democracia frente a la dictadura más infame. Y Gregorio, como algunos otros pero él de manera destacada, enarboló la bandera de la justicia y de la lucha contra ETA. Pocos hablaban con tanta claridad y tanta valentía. Pocos se atrevían a decir tantas cosas y tan meridianas. Pocos se pusieron tanto en riesgo. Casi nadie dio tanto ejemplo.
Con aquel vil asesinato, ETA acababa con el Presidente del PP en Guipúzcoa, con el parlamentario vasco y con el teniente de alcalde de San Sebastián, mi ciudad. Con aquel vil asesinato, ETA volvía, como con todos los anteriores y con todos los que después vinieron, a tratar de imponer su proyecto político totalitario al conjunto de la sociedad. Gregorio era un representante democrático, un abanderado de la lucha contra el terrorismo y, sobre todo, un hombre libre, de esos a los que no se les calla fácilmente.
La mejor forma de defender la libertad de expresión es expresarse libremente. Es justo lo que Gregorio hacía.
Un joven de 35 años vilmente asesinado. Un hombre libre al que no olvidamos.