Ignacio Camacho-ABC
- Es significativo que el gobernante europeo con mejor valoración pública sea un tecnócrata que no ha pasado por las urnas
Los detractores de la vieja política, la que durante décadas proporcionó estabilidad a las democracias europeas, tal vez deberían preguntarse qué está pasando con la nueva. Aquellas formaciones redentoristas surgidas en plena catarsis de la crisis financiera se han convertido en plataformas huecas que en los pocos casos en que han alcanzado el poder -y España es, ay, uno de ellos- dan muestras de pavorosa incompetencia mientras sus líderes se integran en la ‘casta’ convencional tras abandonar compromisos y promesas. Otras se han deshecho o aparcado en vía muerta, como le sucedió a Ciudadanos y le acaba de ocurrir a la extrema izquierda portuguesa. Y el resto agita un populismo tuitero como única manera de mantener su desvaído simulacro de pujanza o de influencia. Eso sí, han conseguido fragmentar la correlación tradicional de fuerzas y romper las mayorías que permitían gobiernos de cierta consistencia. Más allá de eso está pendiente de prueba su capacidad de regenerar las instituciones con alguna aportación seria. Sus presuntos remedios sólo crean más problemas.
Así que algunos países han comenzado a buscar sus propias respuestas, su terapia contra este rebrote de adolescencia. Resulta muy significativo al respecto que el gobernante con mejor valoración popular de toda la UE, el que goza de mayor crédito y reputación más robusta, no haya pasado por las urnas. Y pese a ello Mario Draghi, con sólo un año a los mandos de Italia, ha consolidado tal prestigio que su candidatura era la única que reunía consenso para ocupar la Presidencia de la República. Al final no lo han elegido porque para ocupar ese cargo tenía que abandonar el de primer ministro y los partidos, presos de un ataque de horror al vacío, prefieren que siga al frente del Ejecutivo. Pero allí no había llegado por votación ciudadana sino a través de un proceso de cooptación parlamentaria ante la imposibilidad de encontrar una figura adecuada para gestionar la crisis del Covid entre los casi mil miembros de las dos cámaras. No es la primera vez que los italianos recurren a una solución tecnocrática: la novedad consiste en que más de la mitad de la población está satisfecha de su eficacia. Y salvo que se presente el propio Draghi no tiene prisa por normalizar la situación en unas elecciones ordinarias.
Será una excepción, pero también un síntoma. De desencanto, de fatiga ante tanto fatuo tribuno y tanto profeta oportunista que venían a ofrecer recetas salvíficas para acabar repitiendo las mismas lacras ya vistas. Mucha gente empieza a darse cuenta de que el revisionismo populista no es más que un intento oblicuo de asaltar el Estado y esa constatación puede conducir a un bandazo que ponga en solfa los principios democráticos. Cuidado, cuidado, que acaso nos estemos acercando a ese punto en que por uno u otro lado el constitucionalismo liberal corre riesgo de colapso.