Francesc de Carreras-El Confidencial
- Quizá, con más optimismo que inteligencia, comienzo a pensar que están asomando grietas nuevas en el panorama político catalán. Sin embargo, no nos engañemos: el ‘procés’, bajo formas nuevas, todavía sigue
La imagen de una Cataluña democrática y liberal sale dañada una vez más, no es nada nuevo, pero la circunstancia quizás abra los ojos a más de uno. Me refiero, está claro, al lamentable asunto de Canet de Mar.
Lo del niño de la escuela de Canet no es nuevo, tiene numerosos precedentes. Pero, en esta ocasión, empiezo a tener esperanzas de que hayamos llegado a un punto de inflexión. Por un lado, las bases jurídicas son más sólidas y el escándalo ha tenido una mayor repercusión en la opinión pública. Es por ello que la desobediencia a la ley por parte de la Generalitat es más clara, la sentencia del Tribunal Superior catalán es firme y, por tanto, la vía judicial ya no tiene recorrido alguno. El ridículo del ‘conseller’ Cambray y de todo el Gobierno Aragonés ha sido espectacular.
Lo más preocupante es la reacción de los padres de los demás alumnos y de la sociedad catalana en general. Unos, son fanáticos nacionalistas que no reparan en dañar gravemente a un niño y a su familia con tal de defender —ellos, al menos, así lo creen— la supervivencia de la lengua catalana, cuyo uso está en caída libre, tal como ha admitido el ‘conseller’ Cambray en su intervención parlamentaria. ¿No será que de tanto como dicen amarla la están convirtiendo en una lengua antipática?
Estoy convencido de ello: del amplio acuerdo inicial, constitucional y estatutario, según el cual Cataluña sería tratada como una sociedad bilingüe, en respuesta a una realidad social indiscutible, el pujolismo convirtió a las instituciones —Administración, escuela, medios de comunicación públicos— en monolingües en catalán. Todos los gobiernos de la Generalitat, incluso cuando los gobiernos fueron tripartitos con presidentes socialistas, no se atrevieron a cambiar esta política lingüística. «Eso no se toca», afirmaban en tono autoritario los gobernantes nacionalistas.
Pero, junto a esta parte fanatizada de la sociedad, la otra parte, la mayoritaria, la que practica con naturalidad el bilingüismo, permaneció muchos años callada. Este ha sido el problema principal y quizás el caso Canet provoque que los callados empiecen a hablar en voz alta. Así lo pedían los padres del niño, en tono de concordia y apoyándose en el derecho vigente, en una carta admirable, llena de sentido común y respeto a todos, basada en la idea de Estado de derecho.
Entre otras cosas, los padres apelaban a esta mayoría silenciosa: «Hay que dejar de tragar y tragar, y tenemos que ser capaces de ser valientes para decir lo que uno piensa, levantarse para hacerlo y reclamar democráticamente nuestros derechos». Acertaban plenamente porque una de las bases para que Cataluña haya llegado a la lamentable situación a la que ha llegado es que desde el primer Gobierno Pujol se ha producido el fenómeno social denominado «espiral del silencio».
¿Qué es la espiral del silencio? El término es moderno — véase el libro de este título , un clásico de la comunicación política, escrito por la socióloga alemana Elisabet Noelle-Neumann—, pero la idea es antigua. Ya lo decía Tocqueville en su libro sobre la Revolución francesa: “Temiendo más la soledad que el error, [los contrarios a la Revolución] declaraban compartir las opiniones de la mayoría”. Y, años después, el sociólogo francés Tarde sostenía que las personas tienen miedo a quedar aisladas porque desean ser respetadas y queridas por quienes les rodean. Es decir, la opinión dominante impide la libertad de expresión. Por todo ello, para que la espiral del silencio se produzca, es preciso infundir miedo, los ciudadanos deben tener la percepción de que, si se desvían de esta opinión dominante —que puede ser minoritaria—, se encontrarán amenazados de aislamiento y, a la postre, serán excluidos de la sociedad.
Ya en la Cataluña pujolista se produjo ese temor debido a que la acción del Gobierno de la Generalitat ejercía un estrecho control de la sociedad civil. En la actualidad, sigue sucediendo lo mismo: los que se creen propietarios de Cataluña por ser nacionalistas crean desasosiego e intranquilidad a quienes no son nacionalistas, que callan porque temen ser tratados como ciudadanos de segunda categoría.
En la cuestión de la lengua, aspecto central del nacionalismo catalán, este miedo ha sido el instrumento clave de su dominación, por encima y al margen de la Constitución y las leyes. Cataluña ha sido, y es todavía, un régimen, un sistema en el que rigen normas democráticas, pero también, en los aspectos que afectan a la identidad colectiva, un extraño fenómeno ideológico, por reglas no escritas que se imponen desde poderes no democráticos.
El pasado lunes, dos periódicos nacionalistas catalanes publicaban un artículo firmado por 10 conocidos intelectuales orgánicos del nacionalismo catalán —entre ellos, Carod-Rovira, Salvador Cardús, Antonio Baños, Quim Torra, Blanca Serra e Isidor Marí— en el que se decía que «los poderes ejecutivo y legislativo no están subordinados al judicial en las democracias reales». Es decir, sostenían aquello que han empezado a practicar los actuales gobernantes polacos iliberales, miembros de un partido de extrema derecha antidemocrática.
Hasta ahora, en Cataluña, el pensamiento dominante ha infundido miedo a quienes disentían. Pero la carta de los padres del niño de Canet, como hemos visto, da ánimos a que todos expresemos con claridad nuestras ideas. De momento, en pocos días, más de 30 familias han levantado ya la voz para que la enseñanza se imparta en las dos lenguas oficiales, tal como establece el derecho vigente. Incluso el PSC, siempre tibio y acomplejado en cuestiones identitarias, ha dicho que la sentencia debía cumplirse, es decir, por primera vez, ha rechazado la inmersión lingüística. ¿Será esto un obstáculo para sus relaciones con ERC? ¿Cómo las bases de este partido aceptarán colaborar con aquellos que niegan este gran dogma nacionalista?
Quizá, con más optimismo que inteligencia, comienzo a pensar que están asomando grietas nuevas en el panorama político catalán. Sin embargo, no nos engañemos: el ‘procés’, bajo formas nuevas, todavía sigue. Ahora el foco ya no está en la independencia sino en el catalán. Pero sigue. Quizás hay en cierta manera una vuelta al pujolismo, a la etapa de construcción nacional. El papel de ERC en Madrid también juega en todo este rompecabezas. ¿Canet es un punto de inflexión? Quizás, quizás, quizás.